La tribuna

Rafael López Rodríguez

Cualquier tiempo pasado fue mejor

EN tiempos de depresión económica pueden surgir dos efectos psicológicos que afectan a las decisiones de los agentes económicos. Uno es el vértigo producido por unos indicadores económicos sin soporte. Cada nuevo dato parece confirmar un futuro sombrío y funesto, sin señalar punto de inflexión alguno sobre el que invertir la tendencia. El segundo fenómeno, menos conocido, es la trampa de la nostalgia.

¿Afecta la nostalgia a las decisiones económicas? Cuando se producen cataclismos económicos, nuestras reacciones buscan restablecer de inmediato el aparente bienestar del pasado reciente. Pretendemos volver a la satisfactoria posición que disfrutábamos sin comprender que el añorado equilibrio fue más bien una catapulta envenenada. Nuestro duro presente viene motivado por desequilibrios del pasado que no quisimos afrontar. Tratamos de eludir la responsabilidad propia atribuyendo el origen de nuestras desdichas a un enemigo lejano y confuso; evitamos asumir nuestros errores y alejamos la adopción de acciones correctoras adecuadas. Por estas razones, parte de la sociedad desconfía de las actuaciones que las administraciones están desarrollando. La actividad desplegada ha sido continua; sin embargo, las acciones emprendidas tienen más de cuidados paliativos que de cimientos para unas reformas estructurales necesarias.

Nuestra situación recuerda a la de un prejubilado inscrito en un club de la tercera edad para realizar todo tipo de excursiones. En las pasadas fiestas, viajaron a una estación de esquí con un paisaje y gastronomía excelentes. Estuvieron acompañados por un animador gerontológico. Instalado en la estación, dada su "buena forma", nuestro protagonista se apuntó a un cursillo de snowboard.

En la mañana, el joven pensionista maravilló a todos con maniobras temerarias jaleadas por un monitor despreocupado. No había llegado el mediodía cuando algo crujió en las piernas del deportista y cayó sobre la nieve dura y fría. Cundió la alarma; el monitor se arrodilló y desabrochó una riñonera de diseño. Extrajo una rodillera y una crema bronceadora que extendió por la cara del accidentado. Entre bromas, colocó la rodillera y ayudó a levantarse al lesionado; "con esta rodillera y la crema puede seguir adelante". La rodilla no respondió; "esta tarde, un buen masaje y como nuevo". La pierna se movió en todas direcciones; "con esta movilidad los giros se hacen mejor con la otra pierna". El deportista valoró retirarse al hotel, consultar un médico e intentar disfrutar con actividades menos agresivas. El monitor no comprendió su actitud hostil ni aceptó el dictamen de un doctor jubilado, "se ha lesionado la rodilla y necesitará quirófano". De ser cierto el diagnóstico, debería ocuparse de un enfermo el resto del viaje y podrían pedirle explicaciones por falta de previsión.

Algo así está ocurriendo; al no asumir las deficiencias propias de nuestro sistema somos incapaces de acometer las reformas estructurales que las corrijan. Mientras las acciones de "estímulo" no actúen sobre la arquitectura de las relaciones en instituciones y agentes económicos, la recuperación económica se retrasará. La razón se encuentra en el enquistamiento y la ausencia de transmisión de actividad económica. La financiación de un plan de obras municipales no soluciona el problema de la ingente deuda que los ayuntamientos tienen con miles de pymes y trabajadores autónomos. El plan de compra de activos a entidades financieras no resuelve la falta de confianza que éstas tienen entre sí y que han extendido hacia los clientes en general; como si todos oliésemos a arcilla.

Desde un posicionamiento ético, no se comprende la ausencia de medidas correctoras. La falta de éstas provoca la transmisión de daños hacia quienes no son responsables de la impericia de otros. Los proveedores de ayuntamientos no tienen influencia en la elaboración de presupuestos de éstos ni en su capacidad de pago. Los clientes bancarios no pueden reconstituir la falta de confianza entre entidades financieras. Y en ambos casos la falta de liquidez de estos agentes restringe la actividad y el consumo de todos. Resulta necesario que las administraciones estatal y autonómica actúen con mayor intensidad y sentido; las administraciones locales necesitan equilibrar sus presupuestos y disciplinar su gasto; las entidades financieras han de sanear sus cuentas y estructura de costes, y reorientar su negocio hacía el sector productivo.

La sociedad en su conjunto ha de reordenar su aparato productivo y el modo en que cada sector ha de contribuir para recuperar la estabilidad. No puede esperarse que el sector privado de la economía pueda realizar ganancias sustanciales de competitividad para sanear la situación de todo el país. No es una cuestión de engrasar un motor económico, sino más bien de reemplazar aquellos mecanismos que lo habiliten para circular por nuevas vías de desarrollo.

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