LA presión migratoria hace más encarnizada la defensa de los muros del primer mundo. En Melilla van a reponer las cuchillas en las vallas de separación con Marruecos que retiró el Gobierno de Zapatero. Amnistía Internacional considera la medida un retroceso en los derechos humanos. Es nuestra particular Lampedusa, dice: un Estado de Derecho debe protegerse, pero no a costa de la vida de los inmigrantes. En todo caso, el mundo rico se defiende del pobre en una guerra condenada al fracaso; ésta es la frontera con mayor desnivel de riqueza del mundo. Una presión que no hay quien pare.

Es una derivada de la globalización. Hay un efecto llamada simple: el primer mundo tiene seis veces menos población que el resto y una renta per cápita seis veces superior a los demás. Con esa diferencia es inevitable que se iguale la riqueza de un lado y otro. Una coyuntura en la que Europa debería evitar que el descenso en el nivel de vida no produzca más desigualdades internas. Y en los países más ricos las diferencias sociales son mucho menores que en el sur, menos desarrollado.

Tenemos un precedente continental en materia de muro infranqueable. Hace sólo un cuarto de siglo había fronteras en Europa con altas vallas vigiladas desde torretas con ametralladoras. En Alemania toda la frontera entre la República Federal y la RDA era un corredor de 1.400 kilómetros de largo con verjas electrificadas, zona de exclusión, torres de vigilancia y pista para la circulación de los vopos, los guardias fronterizos orientales. Para los habitantes del Este el muro real empezaba a cinco kilómetros de la frontera, una zona en la que sólo podían entrar con autorización expresa, que era conocida como "la franja de la muerte"; allí fueron tiroteados mil ciudadanos intentando pasar al Oeste.

Conocí el corredor de Fulda, al nordeste de Fráncfort. Desde un puesto de observación se divisaba la separación de dos mundos irreconciliables: el de las dictaduras comunistas, que mantenían a sus habitantes a la fuerza en su paraíso, y el de las democracias capitalistas. No duró mucho. El año que viene se cumplen 25 de la caída del telón de acero. Se agrietó por la frontera entre Hungría y Austria; los trenes llenos de alemanes orientales llegaban a Viena desde Budapest. Allí se acabó el bloque soviético, el Comecon, el Pacto de Varsovia. Y empezó la reunificación europea.

La valla de Melilla recuerda a la que dividía a las dos Alemanias. Estos 12 kilómetros de doble barrera fueron asaltados a cuerpo limpio en 2005 por cientos de subsaharianos; los muertos y heridos de entonces forzaron la desaparición de las cuchillas que ahora vuelven. Esta valla, como la de Fulda, no podrá separar por mucho tiempo otros dos mundos irreconciliables, de ricos y pobres. Pero de momento no encontramos mejor solución que las cuchillas. Lástima.

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