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La ciudad y los días

carlos / colón

Cuplés en el Coliseo España

LOS sevillanos vieron por primera vez a Sarita Montiel en el Palacio Central en abril de 1945, cuando se estrenó Empezó en boda, anunciada así en la gacetilla de prensa: "Sarita Montiel, la nueva estrella, a su gran belleza auténticamente juvenil une unas excepcionales dotes de actriz que le dan el pleno triunfo en la pantalla". Vayamos por partes: bellísima, sí; auténticamente juvenil, también: tenía 17 años; nueva estrella, todavía no; y excepcionales dotes de actriz, dejémoslo estar.

El público sevillano le fue poniendo cara poco a poco, sobre todo tras el inmenso éxito en octubre de 1948 de Locura de amor en el Llorens, cuya proyección era interrumpida por aplausos dirigidos a la grandilocuencia de Aurora Bautista. Sarita, infiel maciza, no se llevaba aplausos pero sí miradas de admiración. Volvió a reparar en ella cuando -otra vez a la sombra gesticulante de Aurora Bautista- en abril de 1950 se estrenó Pequeñeces en el Llorens. En el mismo cine la volvieron a ver, de nuevo junto a Fernán Gómez, en El Capitán Veneno en enero de 1952. Después vino la etapa mexicana, que poca fama le aportó aquí.

Sarita Montiel explotó en la pantalla del cine Imperial cuando en enero de 1958 se estrenó Veracruz. "¡Nuestra bella compatriota Sarita Montiel", como decían las críticas, "junto a Gary Cooper y Burt Lancaster!". Sólo quien sepa lo que América y americano quería decir entonces -de las plumas Parker al Chester sin filtro, de las películas a las lavadoras, de las medias de nylon a los cochazos- se puede hacer una idea de lo que supuso ver a una española, manchega para más señas, en el Olimpo de los dioses de Hollywood.

Y de ahí al bombazo de El último cuplé, la película cuyo éxito sorprendió los primeros a quienes la hicieron. Martes 17 de septiembre de 1957. Publicidad de página completa que anunciaba su éxito en Madrid (21 semanas en cartel), Barcelona (18 semanas simultáneamente en tres salas) y Valencia (19 semanas). Lujo de arquitecturas de Gómez Millán, frescos de Hohenleiter, esculturas de Delgado Brackembury, azulejerías de Orce, mármoles, caoba, terciopelos, lámpara gigantesca de seis metros de altura… El Coliseo España que nunca debimos perder (que nunca debieron quitarnos) albergó el triunfal estreno de la película que convirtió en una diosa a Sara Montiel. Cuatro meses en cartel y continuación de estreno en el San Vicente desde enero de 1958. Había nacido un mito.

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