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la tribuna económica

Joaquín / Aurioles

Déficit y estabilidad

Aestas alturas de la crisis casi todo el mundo está de acuerdo en dos cosas. Por un lado, en que hay que establecer cortafuegos que impidan los daños colaterales de las actuaciones de los políticos incompetentes, como se hizo en el Consejo de Política Fiscal y Financiera del pasado martes. Por otro, en que para impedir nuevos episodios de colapso global también hay que poner límites a lo que se puede hacer invocando el mercado. En este terreno las cosas van mucho más despacio, salvo algunos casos casi siempre relacionados con el sector financiero.

La primera iniciativa en materia de techo de déficit y endeudamiento se produjo el verano pasado con el acuerdo de los dos grandes partidos para que a partir de 2020 el componente estructural del déficit se mantenga siempre por debajo del 0,4% del PIB. Posteriormente vino la polémica cumbre europea de diciembre en la que se decidió una reforma en profundidad del Tratado y el establecimiento de nuevos límites de déficit estructural (0,5% con sanciones cuando incluyendo el componente cíclico se supere el 3%) y endeudamiento (60%). Otras iniciativas anteriores ya habían marcado el camino, como el endurecimiento de las condiciones de rescate a los países con problemas financieros, acordado en el denominado Plan Euro de Angela Merkel, o su oposición a revisar el papel del BCE en la crisis de la deuda soberana. Un trabajo metódico y sistemático que, sin embargo, contrasta con una cierta pasividad en materia de regulación, hasta el punto de entrar en una cierta contradicción, denunciada en parte por M. Feldstein, profesor de economía en Harvard y antiguo asesor de Reagan, al señalar que renunciar a las políticas de estabilización cíclica puede llevar a convertir una recesión en una depresión económica prolongada. Viene a cuento de la radicalidad de los planteamientos de Montoro en España y Merkel en Europa sobre reglas en materia de finanzas públicas. El problema es que este tipo de limitaciones puede terminar impidiendo el funcionamiento de los estabilizadores automáticos, unos mecanismos propios de las economías de mercado que tienen la peculiaridad de atenuar las oscilaciones cíclicas y, por tanto, de contribuir a su estabilidad. Es normal que en épocas de crisis se reduzca la recaudación impositiva y aumente el gasto público, por lo que el presupuesto de las administraciones se mueve de manera automática hacia el déficit, ayudando a reducir la intensidad de la caída. Un planteamiento radical de estabilidad presupuestaria podría no solamente desactivar la función de los estabilizadores, sino también retrasar la salida de la crisis y, como señala Feldstein, convertirla en una depresión. En efecto, si una economía se encuentra con un déficit derivado de una situación de crisis económica, la regla del equilibrio presupuestario puede obligar a sus gobernantes a combatirlo con subida de impuestos, reducción del gasto público o ambas cosas a la vez. Medidas todas ellas de carácter procíclico que siempre conviene evitar porque tienden a acentuar los problemas de inestabilidad, en lugar de resolverlos, y a retrasar el comienzo de la recuperación.

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