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La tribuna

Jaime Martinez Montero

Derecho a elegir y derecho a decidir

EL otro día, en un debate, un señor que formaba parte de una fundación catalanista, y que era partidario de la independencia o de la cuasi independencia del Principado, intentaba desmitificar la Constitución, para lo cual empleó un argumento que no fue contestado por ninguno de los contertulios. Vino a decir que sus hijos ni habían votado la ley de leyes ni tuvieron que ver nada con su gestación o desarrollo y que, por ello, a ver por qué se la tienen que tragar ahora y que, al menos, les pregunten. Lo contrario sería, según este señor, desposeerlos de su derecho a elegir.

Lleva mucha razón. El derecho a elegir y el derecho a decidir son sagrados, y conforme la humanidad avanza se deben ir alcanzando cotas más altas en el ejercicio de los mismos. Es más, dentro de los que se sitúan en esta categoría, el que es reclamado por este buen señor no me parece de los más importantes, y que conste que lo es. Los hay de mayor trascendencia y va siendo hora, conforme progresa la democracia, de que vayamos arribando a ellos. Empecemos por uno que nos afecta a todos: el de elegir a unos buenos padres. Como todos sabemos, la longevidad y la ausencia de enfermedades dependen en buena medida de los progenitores que se tengan. ¿Por qué algo tan importante y decisorio como es un padre y una madre queda fuera del ámbito de decisión? Pero los padres y las madres son sólo una célula de un organismo mayor, que es la familia. ¿Alguien elige a la familia en la que a la fuerza lo insertan? A veces se tiene suerte, pero en otras ocasiones sales muy malparado. Te tocan unos primos o unos tíos que es que te dan vergüenza. ¿Por qué tengo que cargar con ellos durante toda la vida? No recuerdo quien decía que los mejores parientes son los lejanos, y que son tanto mejores cuanto más lejos estén. Y esto, referido a la familia natural. ¿Y la familia política? Eliges pareja, sí, pero a cambio te llevas un lote completo e indivisible de suegros y suegras y cuñados y cuñadas.

También habría que luchar por el derecho a elegir dónde se nace. Los nacionalistas están encantados de haber nacido donde lo han hecho y se toman tanto empeño en hacerlo notar que parece que les ha tocado la lotería. Savater mencionaba que estar orgulloso de donde uno nace era como sentirse contento por tener dos pulmones y un bazo: no hemos tenido arte ni parte. Pero que ellos estén contentos de cómo les ha ido con su tierra natal no quiere decir que a los demás les ocurra lo mismo. ¿Por qué no se puede elegir? No es una fruslería. No es lo mismo nacer en Etiopía que en Suecia, o en Irán que en Canadá. ¿Es que uno no tiene derecho a nacer en Londres, por ejemplo? Fíjense así cuántos problemas se evitarían con el inglés.

Si se tiene derecho a elegir el lugar de nacimiento, ¿por qué no se tiene también derecho a elegir el momento en que se nace? Nadie se postula para nacer, pero si nos obligan a ello lo menos a lo que estarían obligados era a dejarnos elegir, además de dónde, cuándo. ¡Cuánta gente no habría muerto si hubiera nacido unos cuántos años después! Se me desborda la imaginación suponiendo lo que hubiera ocurrido si Mozart, por haber nacido en este siglo, hubiese muerto más tarde y hubiese tenido el doble de tiempo para componer. O Schubert, que también murió joven. Imagínense en la era de la globalización, de internet, de las comunicaciones instantáneas, el juego que hubieran dado los grandes profetas y fundadores de las religiones, que vinieron a nacer con algo de antelación. ¡Menudos debates entre ellos!

Reconozco que articular los anteriores derechos a elegir y decidir no es una tarea sencilla. Hay otros más factibles que, sin embargo, no nos dejan practicar. ¿Por qué no puedo elegir a los profesores de la Universidad que me dan clase? ¿Por qué no puedo elegir las asignaturas que para cada curso considere mejores? ¿Y los compañeros, qué me dicen de los compañeros? ¡Como si tal aspecto careciera de trascendencia! Pues nada, hay que conformarse con los que le toquen en suerte. La tarea docente es importante, pero pese a ello el profesor, universitario o de etapas anteriores, no tiene ninguna posibilidad de elegir a sus alumnos. Se habla mucho de fracaso escolar, de abandono, de suspensos. Estoy seguro que esos problemas se remediarían en gran medida si el derecho a elegir alumnos fuera otorgado a los profesores.

También es importante el aspecto físico y la presencia. ¿Qué es eso de que se nazca con un color de pelo, con un color de ojos? ¿Me pregunta alguien acaso cómo quiero ser? Buena parte del éxito de la vida afectiva puede depender de estos detalles, y no deberían quedar fuera de mi control. ¿Y la estatura? Parece que tiene una gran importancia para que la pareja deseada se fije en ti, y esta cuestión tiene mucho que ver con alcanzar la felicidad.

Está bien pretender conseguir lo que se desea de una forma ardiente y anhelante, pero si alcanzar esa meta requiere un gran esfuerzo de convicción y mucho, mucho tiempo, entonces no se pueden burlar las exigencias de convencimiento y demora sustituyéndolas por invocaciones al derecho a elegir y a decidir.

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