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Desafección y desigualdad

NO puedo obviar la dificultad de los momentos que vivimos; esta profunda depresión económica ha quebrado también nuestro modelo de convivencia, produciendo una pérdida de confianza de la ciudadanía en la política y en l@s polític@s inimaginable. No es la primera vez que nos enfrentamos a un escenario de desconfianza, pero sí la primera en la que nos vemos obligados a repensar cambios profundos ante la magnitud de los problemas. La ciudadanía no considera la política, ni a sus actores principales, como instrumentos válidos para satisfacer sus necesidades, por eso busca cauces de participación y movilización distintos. Y esto no es bueno para la democracia.

Históricamente, los tiempos de crisis económica lo son también de descontento político y, más aún, si esta se hace tan intensa y prolongada. La situación que estamos viviendo es crítica: aumenta el paro, crecen las desigualdades, la fractura social es cada día más grande y la exclusión social aumenta.

Los recientes informes de la Fundación Alternativas o de la Fundación Foessa impresionan; uno dice que España es el país con más desigualdades de la UE; el otro que la pobreza se ha hecho "más extensa, más intensa y más crónica". La exclusión social no sólo afecta a ese tremendo número de desempleados, sino también a los que tienen un salario, cada día más recortado, con carencia de prestaciones sociales básicas. En sólo tres años, de 2007 a 2010, la tasa de pobreza ha aumentado de una 10,8% al 12,7%, sin que podamos augurar ninguna mejora y la desigualdad incrementa la pobreza.

La política debe servir para dar soluciones a los problemas; es lo que hace el Gobierno andaluz con el decreto sobre la vivienda, primero, y, ahora, con el de la exclusión social, propiciando esa estrategia nacional contra la misma que defiende el presidente Griñán, para paliar las devastadoras consecuencias de esta situación que afecta también a las clases medias, que han visto reducidas sus rentas familiares y, sin embargo, mantienen las mismas obligaciones de pago, a las que difícilmente pueden atender. De ahí las terribles tragedias cotidianas.

Hay que romper este círculo infernal. Saldremos de la crisis, no se sabe cuándo ni cómo, pero hay que vivir cada día y si no damos respuesta a estas urgentes necesidades, aumentará el descrédito de la política y, lo que es peor, condenaremos a más de una generación a una vida sin esperanza.

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