ENTRE gominolas de droga, alcoholismo compulsivo y vehemencias pueriles, anda por ahí un matrimonio que se afana en la autodestrucción, dos hijos criminales en potencia, un bloguero irresponsable y una empresa con tantos secuestros como ganas de ajustar cuentas. Los de Modern Family son budistas y se quedan en tiempos de La casa de la pradera frente a los Parker, grandes metepatas en plena carretera. Vidas cuesta abajo. Desviados es una road movie por fascículos que corroe todos los pilares sentimentales de Estados Unidos a partir de una familia que va estropeando sus vacaciones a cada paso. La pátina de felicidad ingenua se descascarilla en un acelerado proceso de descomposición general (y descomposición literal, inclusive). El último estreno del canal de pago TNT es un agitado grafiti en movimiento que pega dentelladas. Lo de compararla como un Breaking Bad convertido en sainete suena ahora mismo algo exagerado. Esperemos unas cuantas temporadas para confirmarlo. Es La hora de Bill Cosby si de verdad hubierámos sabido lo que se escondía tras aquella telecomedia familiar.

En esta ocasión es también su protagonista, Jason Jones, el que ha levantado este aguafuerte social que golpea a diestro y siniestro, a los arquetipos progresistas y a las concepciones más conservadoras. Nada que en pie. Efectivamente, sería como trasladar Los Simpson con inspiración al año 2016. Como hace Jones en España tenemos el ejemplo reciente de José Mota. Los capítulos de Desviados duran sólo 20 minutos pero en ese tiempo pasan más cosas que en toda la temporada completa de la pacata El hombre de tu vida.

Desviados ha sido la comedia más vista este año en las plataformas de pago estadounidenses, lo que quiere decir bastante en su favor. Es cine cómico mudo con un acelerón de metaanfetamina en el contexto de lo más interior y cateto de Estados Unidos. Este viaje a ninguna parte, cruel e incómodo, sabe adónde va.