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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Dicho en sevillano

Pocas cosas son más tristes que las fiestas mutiladas de su sentido originario

La tan traída y llevada tristeza de la Navidad, digámoslo hoy, a un mes del 25 de diciembre, es el resultado de su vaciamiento religioso y su relleno superficialmente sentimental y brutalmente comercial. A menor contenido religioso, mayor exceso festivo y consumista. Y es sabido que pocas cosas son más tristes que las fiestas huecas. Fellini fue el maestro de las tristes fiestas, desde el carnaval de Los inútiles hasta el crucero fúnebre de Y la nave va, pasando por esa cumbre de la vacía exasperación festiva que es La dolce vita.

Las pobres Navidades no tienen la culpa de que a tantos les resulten intolerablemente tristes. Cúlpese a su descristianización, a la carencia de sentimientos religiosos o al hiperconsumismo. Si la lógica pena que causan las ausencias no se entibia con la alegría del nacimiento del Dios que garantiza que quienes faltan viven y que sus vidas tuvieron sentido, la culpa no es de nadie. La pena de quienes viven la Navidad como la extroversión festiva de su entraña religiosa es fecunda; pero la de quienes la viven arrojados a la intemperie no creyente puede llegar a ser tan estéril y desoladora como la tristeza de las tardes de domingo después que este día se vaciara de sentido religioso. Cuando Francia trivializó el existencialismo como una moda Juliette Greco, pálida y vestida de negro, cantaba: "Todos los días de la semana están vacíos y suenan a hueco. Y el peor es el domingo pretencioso que se impone como un día feliz. ¡Odio los domingos!". Se quedó a gusto la criatura.

Recomiendo, para ir preparando el ánimo, estas palabras de Dietrich Bonhoeffer: "El que sufre no protesta simplemente contra su destino. Sufre porque vive, porque tiene interés en la vida y amor a ella. Cuanto más ama uno, más vulnerable se vuelve. A más capacidad de sufrimiento, más de dicha; y a la inversa: a más capacidad de alegrarse, más de entristecerse. Esta es la dialéctica de la vida humana: el amor vivifica la vida y mortifica al hombre. La vitalidad de la vida y la mortalidad de la muerte se experimentan en ese interés por la vida que llamamos amor. La vida del Espíritu no es la vida que se aterra ante la muerte y huye de la desolación, sino la vida que la soporta y se mantiene en medio de ella". En Sevilla esto mismo se dice con menos palabras. Bastan los dos nombres propios que abren y cierran nuestra Navidad: Esperanza Macarena y Gran Poder.

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