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Juan Ruesga / Navarro

Diego Rivera

PASEANDO por la Plaza del Triunfo, te sale al paso la estupenda exposición de Diego Rivera, que se exhibe en la Casa de la Provincia. Cualquier interesado en el arte del siglo XX no debe perdérsela, porque la obra expuesta nos da una visión más completa del gran pintor, su virtuosismo y profundo conocimiento del arte de su tiempo. Faceta que de cualquier manera, se intuye contemplando el resto de su obra, y que aquí podemos comprobar .

No hace ni un mes que he tenido la oportunidad de ver los principales trabajos de Diego Rivera en la Ciudad de México. Y la impronta que su obra ha dejado en generaciones de compatriotas, que pasean con sus hijos de la mano por las galerías del Palacio Nacional, mostrando orgullosos los murales que Rivera pintó sobre la historia de su país. Y donde no siempre quedan bien parados los conquistadores españoles. Los niños preguntan sobre tal o cual pasaje de los murales y los padres contestan, sabiéndose respaldados por el gran artista. También he visitado sus obras en otros lugares de la capital. Y he empezado a entenderlo paseando por la Alameda, llena de vida y actividad, de colores y olores dulzones de puestecillos ambulantes de comida y golosinas, como en su conocido mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. En esa obra, el pintor refleja magistralmente el complejo universo de culturas y de imágenes superpuestas que es el gran país americano, y sobre todo su capital. Inabarcable.

Pero donde he tenido la oportunidad de disfrutar de su obra y de entender el recorrido desde la vanguardia europea hasta el enérgico muralista, es en el Palacio de Bellas Artes de México. En este maravilloso teatro, he pasado horas para su estudio, por encargo de las instituciones culturales del Gobierno mejicano. Toda una síntesis del siglo XX, concebido bajo el Gobierno de Porfirio Díaz, y finalizado después de la Revolución. Un edificio de gran actividad diaria, de puertas abiertas. Conciertos sinfónicos, ópera, exposiciones, capilla ardiente de los grandes artistas mexicanos, representaciones con aforo completo del Ballet Floclórico Nacional. El teatro es un símbolo de la vida cultural mexicana.

Mi tarea era estudiar la sala y el escenario, y otras dependencias técnicas, pero en el trasiego de entrar y salir a diario he visto el respeto casi religioso con que se sientan los visitantes en los largos bancos, que se sitúan frente a los murales de Rivera, Orozco y Siqueiros, rodeando el gran foyer. Frente al enorme mural de Diego Rivera, El hombre controlador del universo, y rodeado de la fabulosa arquitectura art-decó con elementos indigenistas, que diseñó el arquitecto Federico Mariscal, se entiende la tremenda identidad entre la obra de Rivera y los mexicanos. Rodeados de los más bellos mármoles, traídos de los distintos estados de la nación , en medio de enraizados detalles ornamentales del siglo XX, la obra de Diego Rivera, encuentra su mejor entendimiento. Y también el recorrido vital del alumno aventajado de las aulas de la Academia hasta convertirse en un icono de su país.

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