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clausura del año de la misericordia la opinión

juan José Asenjo Pelegrina

Dios en nuestras calles

El arzobispo de Sevilla reflexiona en este artículo sobre la imagen del Señor del Gran Poder como rostro de la misericordia de Dios y sobre el significado y fin del Jubileo

EL Año Jubilar de la Misericordia llega a su fin. El papa Francisco lo clausurará en Roma el domingo 20 de noviembre. En las diócesis lo haremos el domingo anterior. De las más de dos centenares de peregrinaciones jubilares que han tenido lugar en las siete basílicas y santuarios señalados, auténticos acontecimientos de gracia para los peregrinos, sólo nos queda ya el Jubileo de las Hermandades y Cofradías, que celebraremos el sábado 5 de noviembre. Para presidir este acto jubilar, por razones obvias el más importante de todos los celebrados, traeremos a nuestra Catedral la imagen bendita del Señor del Gran Poder, que retornará a su basílica en la tarde del sábado. Estoy seguro de que los actos programados van a constituir un acontecimiento memorable, no sólo en su dimensión esencialmente espiritual, sino también desde la perspectiva social y cultural.

La imagen del Señor del Gran Poder, que tallara en el año 1620 el escultor cordobés Juan de Mesa y Velasco, discípulo de Martínez Montañés, es la más hermosa y sobrecogedora de todo el patrimonio religioso de nuestra Archidiócesis. Jesús acaba de beber el cáliz de la traición de Judas y el abandono de los suyos. Sólo su Madre, las piadosas mujeres y el apóstol Juan le han acompañado hasta el final. Como cordero llevado al matadero, ha sufrido pacientemente el prendimiento, el juicio inicuo de los sumos sacerdotes y de Pilatos y la tortura en el Pretorio. Ha escuchado los insultos de la plebe que cinco días atrás le aclamara. Camino del Calvario, su tez morena, su boca entreabierta, su mirada mansa, el ceño fruncido y la impresionante corona de espinas que corona su cabeza es la quintaesencia del dolor del Hijo de Dios, el "dolor negro de todos los pecados del mundo", como escribiera Joaquín Romero Murube.

Pero la imagen del Señor del Gran Poder, expresión hermosísima de la santa humanidad de Cristo, es al mismo tiempo la más bella expresión plástica de su divinidad, pues sólo una humanidad asumida y penetrada por la divinidad puede encaminarse hacia el Gólgota resuelta y voluntariamente, con una libertad soberana, sólo propia de Dios.

Hoy, en algunos ambientes cristianos, corremos el riesgo de disolver el misterio de Jesús, de minimizar u ocultar su divinidad. Hoy es relativamente frecuente escuchar, incluso entre cristianos, que Jesús fue un personaje excepcional, el más grande y admirable en la larga historia de la humanidad, dejando en penumbra su condición de Hijo de Dios.

La contemplación del Señor del Gran Poder nos ayuda plásticamente a confesar con los labios y creer en el corazón que Jesús es el Verbo de Dios hecho hombre. Así lo confesó sin palabras, pero con suprema belleza, Juan de Mesa, y de forma también sublime Antonio Rodríguez Buzón en su famoso pregón de 1956 al exclamar: "¡Quien vio cruzar al Gran Poder, vio caminar a Dios mismo!".

Así lo han confesado a lo largo de los siglos todos los que se han acercado a Jesús con sencillez de corazón y han quedado fascinados por la fuerza sobrehumana de su figura, legándonos los más bellos textos escritos jamás. Recientemente he escrito el prólogo de un libro muy hermoso, titulado Señor del Gran Poder, rostro de la misericordia del Padre, preparado por el periodista Carlos Colón. En él se contiene una preciosa oración que Carlos compuso en 2015 para presentar a los niños al Señor del Gran Poder en la película Sevilla en tus manos. En ella se manifiesta de forma elocuente que el ser humano está necesitado de la salvación que sólo Jesucristo puede otorgar. "Porque sin ti, Señor, ¿qué sería de la verdad, la belleza y la bondad? Sin ti, ¿qué sería de la ternura, la compasión y la dulzura? Sin ti, ¿qué sería de la justicia, el bien y la fortaleza? Sin Ti, ¿qué sería el mundo al que hemos traído a nuestro hijo? Tu ausencia, Señor, es el infierno".

Al leer este texto hermosísimo, he recordado las palabras casi coincidentes pronunciadas por el papa Benedicto XVI en mayo de 2007 en la apertura de la Conferencia del Celam en Aparecida (Brasil), al afirmar que el cristiano "sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro". El fragmento de Carlos Colón es también análogo a este otro del documento final de Aparecida, en el que los obispos de Latinoamérica y el Caribe nos han dejado escrito que "Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida, la dignidad humana, la felicidad, la justicia y la belleza". Jesús es en efecto, como nos dijera el Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes, "el centro de la humanidad, el gozo del corazón del hombre y la plenitud total de sus aspiraciones". Después de leer el texto de Carlos Colón uno comprende cuánta verdad encierran las palabras del teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, escritas poco antes de ser ahorcado por los nazis el 9 de abril de1945: "No hay mayor impiedad que entregar a los hombres algo menor que Jesucristo".

El rostro del Señor del Gran Poder es además la quintaesencia de la misericordia de Dios, del Padre de las Misericordias, del "Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera, y rico en clemencia" (Ex 34,6). A lo largo de su ministerio público, Jesús, con su palabra, sus gestos y milagros manifiesta de manera definitiva la misericordia de Dios. El rostro de Jesús rezuma piedad, misericordia y amor. Así lo percibimos contemplando la imagen bendita del Señor del Gran Poder, que nos está diciendo que en Jesús no hay otra cosa sino amor, un amor que se dona y ofrece gratuitamente. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él está falto de compasión. Su misericordia y su compasión tienen su culmen en el Calvario, donde se inmola libremente por toda la humanidad. A él se encamina, lenta pero resueltamente, el Señor del Gran Poder, cargando con los pecados del mundo (Rom 4,25). Siguiendo la estela de su Señor, todos los hijos de la Iglesia hemos de vivir y sentir la experiencia de la misericordia, haciéndonos siervos y servidores de nuestros hermanos.

Estas convicciones, humanidad y divinidad de Jesucristo y su misericordia inefable fueron sin duda el presupuesto doctrinal de la labra del Señor del Gran Poder por el escultor Juan de Mesa. A mí se me antoja que tuvo que ser un hombre sinceramente religioso, un hombre que ciertamente rezaba antes de coger la gubia, un hombre penetrado por el misterio de Jesús y con un fuerte sentido sobrenatural de lo divino. Solo un hombre así ha podido esculpir una imagen de tanta hondura teológica y de tanta belleza formal.

El Señor del Gran Poder va a salir en pleno otoño a nuestras calles. Él nos invita a dejarnos interpelar por su efigie conmovedora. San Juan Damasceno, en la primera mitad del siglo VIII, decía en uno de sus sermones que las imágenes artísticas eran para él "como un lazarillo que nos lleva de la mano hasta Dios". Ojalá que quienes contemplen su figura en nuestras calles se sientan invitados a iniciar un diálogo cálido con Él, que eso es la oración, y se abran al misterio insondable de Jesús, salvador de los hombres, que es invocado y venerado en nuestra ciudad con el hermoso título de Señor del Gran Poder.

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