cuchillo sin filo

Francisco Correal

Dios se lo pague

EL informe de Cáritas sobre los umbrales de la pobreza es demoledor. No sé si saben que el principal porcentaje de los ingresos de Cáritas para atender a una cada día mayor demanda de necesidades procede de la cuestación dominical, el popular cepillo que como correlato de una de las máximas del Evangelio se pasa en la santa misa. Si las iglesias estuvieran tan vacías como dicen algunos, una de dos, o sólo asistirían multimillonarios que con su filantropía mitigarían sus pecados terrenales y usuras de clase o los cientos de miles de pobres se alimentarían del aire.

Ayer me crucé en el mercadillo del Jueves con Manuel Moreno Alonso. Este historiador está a punto de presentar un libro sobre la Constitución de Cádiz. En el artículo 12 de la Carta Magna del 12 se reconoce la religión católica como única e indivisible. Dos siglos después, a mí no me gustaría vivir en un país en el que se regulara la fe por decreto, pero tampoco donde se renegara de su acervo y de sus tradiciones.

Jesucristo utilizaba las parábolas para hacerse entender, aunque daba por hecho que los entendidos nunca se enteraban de nada. Yo viví en primera persona el otro día algo que podría entrar en el terreno de las parábolas. Fui a misa de doce a la parroquia de Omnium Sanctórum, declarada patrimonio histórico-artístico en tiempos de la República. Es la iglesia que aparece en la novela El ciego de Sevilla, del inglés Robert Wilson. Un banco por delante se sentó un hombre joven que dejó un ejemplar de El País doblado por la contraportada junto a las copias de los salmos y cánticos que ejecuta Fernando como sochantre.

Al término de la misa, ya en la calle, un buen amigo que conoce mis inclinaciones, no me refiero a las religiosas, me invitó a ir al palco del Bernabéu a ver un partido del Madrid. Le agradecí la invitación, pero le dije que eran tiempos de mucho trabajo: la campaña electoral, el aniversario de la Expo, los reportajes de Cuaresma. Si tú no eres creyente, me dijo con toda naturalidad. Le dije que acababa de salir de misa de doce. Como es buen lector de ese gran periódico desde que salió el 4 de mayo de 1976, le conté la anécdota del feligrés y lector de El País. No pude aguantar la curiosidad y fui con este amigo al quiosco de prensa más cercano para ver a quién entrevistaba Karmentxu Marín en la contraportada que el hombre misterioso dejó doblada en el banco. Era Roberto Saviano y el titular no tenía desperdicio: "El diablo me cae muy simpático". El diablo se había colado en misa de doce. Y aquel feligrés se ajustó a la lectura de San Mateo: su mano izquierda, la que llevaba el periódico fundado por los herederos de Ortega, no sabía lo que hacía su mano derecha, la que depositó una moneda en el cepillo. Dios se lo pague.

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