alto y claro

José Antonio Carrizosa

Disparates y despilfarros

EN una ciudad tan acostumbrada a los disparates y al despilfarro la historia de la Torre Cajasol no debería sorprender demasiado. Unámosla a la de las setas de la Encarnación o la de la frustrada biblioteca universitaria del Prado, y a alguna otra que les parezca a ustedes, y verán cómo en pocos años y en medio de una crisis económica y social que se eterniza y profundiza, Sevilla es capaz de perder oportunidades y malgastar recursos a un ritmo y con una intensidad que debe de asombrar a cualquier otra metrópoli de nuestro entorno. Es un problema evidente de mala gestión de las personas a las que los propios sevillanos hemos confiado el gobierno local. Pero no sólo eso. Ahora que el ministro Montoro anuncia persecución penal para los políticos manirrotos y que gasten más de la cuenta, no estaría de más que fijara un poco su atención en la ciudad por la que se presentó como cunero en las elecciones del pasado noviembre.

Cajasol inició las obras con todas las bendiciones legales y los permisos en regla. Si la obra se replantea o se paraliza indefinidamente, tendrá derecho a cuantiosas indemnizaciones que saldrán de las ya muy raquíticas arcas municipales. Sevilla habrá hecho otro pésimo negocio a cuenta de un proyecto que, las cosas como son, a la ciudad no le hacía ninguna falta, pero que parte de la iniciativa privada y que una vez puesto en marcha es peor pararlo que continuarlo. La afección paisajística o su influencia sobre el conjunto monumental son cuestiones que deberían haberse resuelto hace mucho tiempo y sin necesidad de intervención de la Unesco. Si Sevilla debería tener algo claro en estos tiempos es que su atractivo turístico es su principal activo y una de las pocas palancas de futuro que ha sido capaz de conservar. Un edificio de gran altura en una zona como la Isla de la Cartuja no debe afectar al atractivo turístico de la zona declarada Patrimonio de la Humanidad. Empeñarse en que ninguna construcción de la ciudad pueda superar la altura de la Giralda parece, cuando menos, un tabú rancio y casposo impropio de este siglo.

Lo que ha pasado en torno a la torre es un problema de gestión municipal, que el Ayuntamiento actual va a aprovechar para echar nuevas paletadas de oprobio y descalificación sobre el mandato de Monteseirín. Y razón no le faltará, aunque ahora Zoido tiene por delante un proceso de negociación que servirá para medir su talla como alcalde.

Pero con ser todo esto importante, la historia del edifico de Pelli tiene que ver también mucho con la percepción que de sí misma tiene esta ciudad y de la jerarquía de valores que ha asumido con entusiasmo, promovida desde las instancias más reaccionarias de Sevilla, que no son muchas pero sí muy poderosas. Es ésta una cuestión que tiene que ver bastante con lo que aquí está pasando y sobre la que convendrá volver con calma en otro momento.

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