CONTINÚA ondeando, no se sabe si airosa u olvidada, la bandera del centenario bético en la Glorieta Olímpica y se le daba el carpetazo real a esa conmemoración con la audiencia del Rey. Repasábamos todo lo que ha generado el acto reciente de la Zarzuela y llegábamos a la conclusión de que las cosas auténticas tienen vigencia por muchos obstáculos que encuentren en el camino. Audiencia del Rey que tuvo mucho de retrato psicológico de cuanto ha significado el centenario de uno de los primeros clubes españoles que lucieron la corona en su escudo. Retrato fidedigno de un tiempo que pudo ser mejor, pero que acabó bien.

Retrato de familia en la Zarzuela en el que había ausencias muy dolorosas, tremendamente dolorosas por lo que han significado en la historia del Real Betis Balompié. Ausencias incomprensibles algunas e inapelablemente dolorosas otras. De estas últimas hay que hacer especial mención a una por ley natural, que se fue hace ya ocho años. Era la de la madre del Rey, auténtica artífice desde donde se encuentre de lo del lunes en la Zarzuela. Raro es que el Rey diga en una audiencia lo que dijo, más que nada porque la salvación del Betis pasa por la condena de otro equipo español, pero el Monarca pensaría en su madre y lo soltó sin importarle lo que digan los demás.

Hubo en ese brillante acto gente recién llegada y que no pintaba absolutamente nada, mientras que no estaba Gordillo ni Del Sol, ni Cardeñosa ni Rogelio. Afortunadamente, entre tanto figurante sin nada que decir en la historia del Betis estaba José Ramón Esnaola, el hombre milagro de una noche tórrida de hace treinta años junto al Manzanares. Dios escribe derecho con renglones torcidos y en el Betis, en este Betis, ocurren milagros como ése de que Esnaola estuviese allí... porque es el entrenador de porteros. No como el artífice más recordado de un capítulo glorioso, sino porque es el que entrena a los porteros, sólo por eso.