TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

NACHO Duato concedió una entrevista exclusiva a Informe semanal con motivo del anuncio de su fichaje al frente de un teatro en San Petersburgo, en la que explica al corresponsal en Moscú, José Carlos Gallardo, que no piensa regresar a trabajar en España, al menos en organismos vinculados al Ministerio de Cultura. Dolido, se autocalifica como un exiliado.

Veinte años llevaba Duato al frente del Centro Nacional de Danza. Un CND en cuyas siglas algunas voces críticas decían leer en la tercera letra el apellido del bailarín, quejándose de que éste diese a entender en ocasiones que la plaza era suya en propiedad y perpetuidad.

Otro que se ha quejado esta pasada semana ha sido Diego Manrique, que después de estar dieciocho años al frente de El ambigú ha anunciado que no sigue, por desavenencias económicas y contractuales con la dirección de la radio pública. Tampoco ha aclarado mucho lo ocurrido. Pasan cosas muy raras, ha dicho quejumbroso.

Lo cierto es que tanto Duato como Manrique han jugado esa doble nacionalidad maravillosa consistente en mantener todos los privilegios de lo público, sin perder la identidad de artistas, de bohemios y creadores. De manera que han llegado a pensar que cada año de antigüedad apuntalaba para siempre sus poltronas, al tiempo que desempeñaban su labor con toda la independencia y autogestión posibles. Y no es que lo hayan hecho mal. Ni mucho menos que un servidor cuestione sus carreras.

Pero me vienen muy bien como ejemplo para constatar que nadie es imprescindible. Nacho Duato es una marca, y lo seguirá siendo. Diego Manrique también. Sólo que han perdido algo tan prosaico como el salario fijo a fin de mes. Aunque lo que les duele es que les han tocado el ego de los que se sienten insustituibles.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios