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LA organización terrorista ETA quiso hacerse presente en Navarra precisamente dos días después de que la Policía detuviera a varios de sus miembros cuando se disponían a actuar a partir de dicha comunidad autónoma. Lo hizo de la única manera que sabe: colocando un coche-bomba en la Universidad, que causó heridas leves a una veintena de personas, destrozó varios coches y causó la alarma general que sus autores buscaban. De acuerdo con la información facilitada por el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, ETA anunció la explosión inminente en un campus universitario, sin especificar en cuál, de modo que el atentado podría haber causado una auténtica tragedia, ya que no había manera de prevenirlo. Conforme se acrecienta la debilidad material de los etarras y su aislamiento social y político, así como la constatación de la inutilidad de sus acciones para lograr los objetivos políticos que dicen pretender, aumenta la peligrosidad y el carácter indiscriminado de los actos terroristas. Tras haber dinamitado la posibilidad de participar en un final dialogado de la violencia, como propició, con no poco riesgos, el Gobierno de la nación, la banda ha entrado en una espiral terrorista que solamente ve atenuados sus efectos por la eficacia de los cuerpos de seguridad del Estado, la colaboración internacional y la unidad renacida de las fuerzas políticas democráticas, que es la garantía última de la derrota definitiva del terrorismo. No hay fisuras en las instituciones ni en los partidos en torno a la estrategia en la lucha antiterrorista, y ésa es la peor noticia que pueden recibir los etarras. La han recibido de hecho: sus acciones tienen cada vez más intensamente el sello de la desesperación. Eso les hace más peligrosos a corto plazo, ya que conservan aún capacidad para provocar sufrimientos a la población, pero irrelevantes a medio y largo plazo. La derrota política de ETA ya se ha producido y su liquidación se aproxima. Lo único que cabe es seguir en estado de alerta, respaldar la labor de la fuerza pública y los jueces, y permanecer unidos ante el objetivo común. Es lo que se está haciendo, de modo que lo de Pamplona alarma y preocupa, pero no desvía la atención de lo fundamental.

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