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LO mejor del comunicado de ETA ha sido lo que ha venido después. Las reacciones registradas a las pocas horas de su conocimiento: la indiferencia y el hastío de la sociedad española y la absoluta unidad de las fuerzas políticas en su rechazo a la nueva maniobra terrorista.

Sólo los medios de comunicación han/hemos prestado una atención extraordinaria a la declaración de la banda. Socialmente su repercusión ha sido escasa o nula, incluyendo al propio País Vasco en el diagnóstico. Esto quiere decir que la gente está dejando de considerar a los etarras como un elemento de influencia en la vida colectiva. Si no matan, no son nadie. Como sospechábamos.

En cuanto a la unidad, nunca se ha vivido una situación igual. Aunque hace años que, por fortuna, la política antiterrorista es básicamente compartida por los partidos democráticos, un anuncio oficial de ETA siempre provocaba disparidad en los análisis, matizaciones, cábalas y especulaciones. Jaleo y división, que es lo que perseguían los anunciantes. Ahora no. Ahora el comunicado leído por la enmascarada ante las cámaras de la BBC ha concitado la unanimidad. Nadie se lo toma en serio (¿cómo hacerlo si, para empezar, hablan de una tregua decidida meses atrás y hecha pública el domingo, como si una novedad de ese calibre pudiera esperar a ser difundida?). Ni Gobierno ni oposición en España, ni Gobierno y oposición en Euskadi, ni nacionalistas ni constitucionalistas. Ninguna voz ha prestado credibilidad a una oferta que no ofrece nada. Ningún colectivo ha estimado necesario o conveniente pronunciarse sobre el alto el fuego número once de la organización. Más de lo mismo y con la misma aviesa intención. Lo que ha variado es el eco.

Y ha pasado porque se ha generalizado una idea que hasta anteayer, como quien dice, era tabú para muchos: que ETA puede ser derrotada. Que lo será con la sola aplicación de la ley y sin necesidad de negociar nada que no sea la entrega de las armas y el futuro de sus presos. No es voluntarismo, sino constatación. Aislada internacionalmente, con financiación menguante, con su frente político imposibilitado de actuar legalmente -hasta mantiene disensiones con sus líderes- y sin apenas respaldo social en el País Vasco, ETA está obviamente infiltrada por los servicios de seguridad del Estado, que ya parecen detener a sus jefes y desarticular sus comandos cuando más conviene para evitar atentados o para hacerle el mayor daño posible.

Nadie se conforma ya con un comunicado de ETA que no sea el que anuncie una tregua permanente, preludio del fin definitivo de la violencia. Ni siquiera Batasuna. Por eso la fantasmada de la BBC ha sido recibida con tanto sosiego, unidad no forzada y tedio.

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