La tribuna

Antonio Porras Nadales

Ecos del 68

COMO todo acontecimiento trascendental que con el paso del tiempo se acaba convirtiendo en historia, el Mayo del 68 se ha transformado ya en un evento destinado a justificar posiciones del presente. Multitud de revisiones, semblanzas, recuerdos, frustraciones y reinterpretaciones se suceden en esta efemérides del cuarenta aniversario, donde parece predominar la paradójica conclusión de que, al final, lo de mayo del 68 apenas sirvió para nada, aparte de para "aligerar" ciertas costumbres.

Pero entre tantas interpretaciones posibles también está, lógicamente, la estrictamente política; o al menos la que puede deducirse de las pautas de evolución de las democracias occidentales durante el siglo XX. Porque en este punto mayo del 68 sí que señala con claridad un antes y un después.

Se ha destacado que el levantamiento universitario fue tan sólo una "protesta": o sea, que carecía en rigor de horizontes estratégicos o "revolucionarios" definidos, aunque llegara a contar con el apoyo del sindicalismo obrero francés. Y efectivamente, se trataba de una protesta: una protesta contra el modelo de democracia que se había establecido tras la segunda guerra mundial, una vez consagrado definitivamente el sufragio universal.

Ese modelo de democracia se basaba lógicamente en la dominancia del circuito representativo expresado a través del sufragio, dando lugar a un monopolio plenamente legitimado de los partidos políticos como protagonistas activos del mecanismo de la representación. Era también, al mismo tiempo, el momento de partida del Estado de bienestar que, tras algunos años de expansión económica, había conseguido incrementar los niveles de consumo y los estándares de vida, sobre todo entre las clases medias. Democracia de partidos y bienestar social constituían las claves del éxito de las consolidadas democracias occidentales durante los años sesenta.

Y esa realidad fue precisamente el objeto de la protesta del 68. Una protesta que venía a poner de manifiesto, por primera vez en la historia, que el sufragio universal era insuficiente. Que ya no bastaba para legitimar al poder público con el simple hecho de acudir une vez cada cuatro años a depositar un papelito en la urna. E incluso, que por más políticas de bienestar que se pusieran en marcha desde ese Estado benefactor y paternalista, el puro monopolio partidista del poder no bastaba para reflejar una nueva realidad social que, por primera vez, comenzará a ser analizada desde las exigencias del nuevo paradigma de la "democracia avanzada".

Por eso los protagonistas de la revuelta no fueron las víctimas del sistema, el subproletariado, sino sus élites mejor situadas, los universitarios. Y por eso a partir de entonces, en las democracias avanzadas la mera legitimación democrática del poder no se considera suficiente si los gobernantes no son capaces de abrir cauces participativos adicionales a los ciudadanos. Esta será la razón de que, desde entonces, los propios gobernantes sean precisamente los que no quieren enterarse de lo que representó aquel acontecimiento: desde De Gaulle a Sarkozy, pasando por los demás gobernantes de las democracias occidentales, los desafíos que impone la noción de democracia avanzada siguen siendo, todavía, una larga tarea pendiente. Porque abrir cauces de presencia adicional a los ciudadanos equivale a disminuir el monopolio decisional de los representantes. Desde esta perspectiva, la línea más clara de continuidad del movimiento de mayo del 68 tuvo su principal expresión intelectual en la Escuela de Frankfurt, donde la noción de democracia avanzada encontrará su mejor desarrollo teórico.

Pero tan amplias ambiciones colectivas tuvieron también, paradójicamente, su propia contraargumentación negativa en el mismo contexto del 68. La denominada "Internacional situacionista" venía a señalar cuál iba a ser desde entonces el flanco débil desde el cual los gobernantes tratarían de encontrar cauces suplementarios de legitimación más allá de las urnas: el ámbito de la videopolítica, desde el cual se va a asegurar el control político de los mass media permitiendo una mejor presencia virtual de los gobernantes mediante el espejismo de la imagen y la manipulación de los ciudadanos.

A la hora de conmemorar el aniversario, debe quedar claro que existe, en efecto, un antes y un después. Un hito histórico que marca el comienzo del malestar ciudadano ante las democracias formales y preludia los desafíos políticos del presente: la necesidad de avanzar, desde el paradigma de la democracia avanzada, más allá del sufragio universal. Los ecos del 68 aún resuenan estrepitosamente en el orden político del presente.

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