Egos y narcisos

Dan la triste impresión de transitar de un lado para otro según sopla en ese momento el aire

No todas las preocupaciones inmediatas de la política española proceden de Cataluña, hay otras cuestiones que atañen a dos partidos de ámbito nacional, igualmente preocupantes. Sobre todo, porque las respuestas que deban darse al desafío separatista (aletargado, pero no dormido) dependerán en gran medida de las decisiones que tomen los dos dirigentes máximos de estas dos organizaciones. Por ello, no estaría de más enfocar el papel que desempeñan estas dos figuras, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en los que coincide un tipo de actuación pública bastante similar en un aspecto cada vez más inquietante. Hay que aceptar que a la profesión política no suelen acudir personajes perfectos, cada uno arrastra un ego ambicioso y competitivo sin el cual los parlamentos serían un desierto. Pero, en general, a ese ego lo acompañan unas convicciones -de a un lado o de otro- que se buscan implantar. El problema surge cuando el político, tras un tiempo suficiente de actividad, manifiesta que su única convicción permanente es permanecer en el puesto de mando. Y ante este inalterable deseo, cualquier otra convicción se difumina para asumir la apariencia táctica más oportuna en ese momento. En el caso de los dos políticos citados se percibe, además, un tufillo narcisista muy dominante. Entendiendo por tal una complacencia en sí mismos que se alimenta de espejos, escenarios y exhibicionismo personal. Decía Freud, refiriéndose a los narcisos que, dado que la energía psíquica de la que dispone el cuerpo es limitada, si estás demasiado pendiente de tu imagen, apenas queda reserva para reflexionar un asunto exterior.

La cuestión es aún más preocupante porque estos dos políticos, tan dados a cuidar su fachada, han sido también hábiles para rodearse de militantes afectos, neutralizando las voces críticas internas. Así, al ego entronizado no le llegan notas disidentes. Pero este malestar no lo provocan las posturas ideológicas defendidas, sino a la imprevisión que transmiten las decisiones. La política inmediata obliga, desde luego, a improvisar, pero votantes y militantes necesitan que se les explique el porqué de esta medida y no de otra, y hasta dónde se quiere llegar. Por eso, la cuestión catalana la agrava aún más la incertidumbre y desconcierto que proyectan estos dos dirigentes. Dan la triste impresión de transitar de un lado para otro según sopla en ese momento el aire. Y esto es peligroso. Habría, por tanto, que hacer más esfuerzos para desenmascarar la política volátil de los narcisistas.

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