SÍ, sí. Usted se ríe mucho. Nos escucha y casi sin mirarnos se pone muy ufana, hasta un poquito erudita en ese despacho rodeada de sus libros y de su escepticismo. Usted nos mira por encima del hombro cuando nos escucha hablar el siete de enero de que "esto ya está aquí". Y ya si le digo que vamos a ver una igualá o un ensayo se echa las manos a la cabeza. Hasta le da un poco de rubor cuando entra en nuestro coche y escucha Esperanza Coronada. Mueve la cabeza con resignación cuando le contamos que el pregón que tenemos guardado en un cajón desde que cumplimos quince años, no hace más que asomarse pidiendo madera de atril. Se echa a temblar si le decimos que tenemos fotos que ponen los vellos de punta con el pavor de que a lo mejor se las enseñamos. Usted cree que manchamos la pureza de la llama de ese cirio que sólo se refleja en unos pocos elegidos. Nos llama capillitas, en el mejor de los casos cofrades, y en el peor de ellos hasta frikis. Y a lo mejor lo somos. No le digo yo a usted que no lo seamos.

Pero no se ría, señora editora, que esto no es sólo de usted que se gana la vida vendiendo libros que hablan de mi Pasión y que ocasionalmente se deja atar a la columna de un periódico pontificando sin haber sujetado jamás un antifaz ni haber besado a un costalero.

Esto es un puzzle grande donde caben sus piezas y las mías. Que yo la he visto pasear por la playa escuchando Soleá dame la mano con el gesto adusto y pensativo. Y buscar entre las olas la espuma blanca del canalleo del relente macareno. Usted ha intuido el paso cansado del Poder en las calles por donde no se atreve a alumbrar una luna triste sin Dios, y yo la he visto llorar. Llorar, sí, llorar porque en ese momento ha entendido que esto no es de nadie porque es de todos, así que hágame sitio y déjeme que le conceda el bendito título de jartible.