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ES un tema muy manido el elogio de la vejez. Quizás porque los que no son jóvenes quieren autoelogiarse en una sociedad donde la juventud es más que "el divino tesoro" que decía el poeta, porque no ser joven es casi causa de exclusión. No siempre ha sido así, porque en las sociedades primitivas los más ancianos tenían la mayor consideración y respeto. Pero hoy esto es lo que hay: retiros en la milicia y jubilaciones en las empresas, por razón de edad, de los que han cumplido poco más de 50 años.

El elogio de la vejez es el título de una obra de Herman Hesse. Pero no sólo él la ha elogiado. Con este mismo título, el Marqués de Santo Floro (cuya notoriedad le viene de ser el suegro del cantante Raphael) escribía un divertido artículo en 1955, en Abc, a propósito de un tal doctor Hauser, que decía tener 65 años y que gracias a la dieta que proponía aparentaba 24. Una señora le preguntó a Joaquín Calvo Sotelo si creía que era cierta la avanzada edad que confesaba el doctor y le respondió: "No señora, debe tener 24 años, pero se encuentra tan deteriorado por su dieta que confiesa 65".

Carlos Fuentes decía: "No tengo vejez, sino juventud acumulada" y el citado Hesse señala la obviedad que nadie quiere alcanzar la vejez, pero cuando se alcanza lo que no se desea es abandonarla, y el viejo que más elogió su propia vejez fue Cicerón, que escribió en el Catón mayor, acerca de la vejez cómo conducirse en ella. Aunque nadie puede sentirse orgulloso de todo lo que haya hecho, Pablo Neruda, con el titulo de sus memorias Confieso que he vivido, resume muy bien, a mi juicio, la filosofía del anciano.

Se preguntará usted, amigo lector, a qué vienen estas reflexiones y lo comprenderá porque en el próximo mes de agosto cumpliré 80 años y, como no escribo en ese mes, por vacaciones, quería elogiar "mi" vejez, no vaya a ser que en septiembre no tenga esa oportunidad.

El resumen es que estoy contento con mi vejez. Acudo al gimnasio casi todas las mañanas, hago deporte con frecuencia, sigo trabajando como abogado y escribo todas las semanas dos artículos de opinión. Conservo el pelo, no necesito gafas de lejos (desde que me operé de cataratas) y tengo el oído, como se decía antes, de un tísico. Por supuesto que tengo carencias, pero de ellas que hablen otros. Ya sé que esto no es mérito mío; doy gracias a Dios y, como Platón, mi empeño actual es aprender a morir.

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