análisis

Rafael Salgueiro

Energía para comenzar el nuevo curso

Si queremos una factura de la luz más barata, habrá que abordar una profunda revisión de dos ámbitos institucionales: el diseño del mercado eléctrico y el marco de incentivación de las renovables

EN el discurso de investidura, el nuevo presidente del Gobierno hizo una clara alusión al coste de la energía eléctrica en España, recordando que el precio para el consumo doméstico es el tercero más elevado de Europa y el quinto para el consumo industrial. No propuso en ese momento acciones concretas para reducirlo, ni tampoco se contenían en el programa electoral del partido ganador de las elecciones, si bien el leit motiv que recorre todo el epígrafe dedicado a energía no es otro que "energía eléctrica más barata".

Creo que no caben muchas dudas de que para avanzar en esa dirección será necesario abordar una profunda revisión en dos ámbitos institucionales: el diseño del mercado eléctrico y el marco de incentivación de las energías renovables. Será necesaria también una clarificación de las condiciones bajo las cuales podrían seguir operando o no las centrales nucleares más allá del periodo de licencia vigente, lo cual además será un requisito necesario para que aborden los cambios y mejoras que anteayer hizo públicos el Consejo de Seguridad Nacional (CSN).

En el mercado eléctrico, por el lado de la oferta, conviven generadores sin apenas coste variable (renovables) o poco relevante respecto a la inversión realizada (nuclear) con otros en los que el precio de su combustible es determinante (gas y carbón). Además, la principal retribución de algunos generadores está fuera del mercado (primas), lo que determina que por razones técnicas y económicas algunos oferten a precio cero (nuclear y renovables), ya que les interesa evacuar energía a cualquier precio y les satisface el que determine la casación con la demanda. Además, el mercado, como es lógico, no comienza desde la primera unidad cada día, ya que buena parte del precio de la oferta está predeterminado por el resultante en las subastas periódicas denominadas Cesur, lo que introduce estabilidad en la variación de precios. Pero el resultado con esta estructura de oferta y por las causas aludidas no puede ser el que se persigue con un mercado de casación: la aproximación de los precios marginales a los costes marginales de los productores gracias a la competencia entre ellos. No son razones de colusión lo que determina nuestros elevados precios, sino la estructura de la oferta y, en buena medida, la retribución "fuera del mercado".

La no traslación completa a los precios que paga el consumidor de los precios fijados en el mercado y de los peajes (distribución, carbón nacional, primas, etc.) ha determinado el famoso "déficit de tarifa", cuya naturaleza y cuantía pueden ser sumamente objetables ya que buena parte de la oferta ha tenido un coste muy inferior (gran hidráulica y nuclear) al precio que perciben por la energía entregada. De ahí las críticas de los generadores renovables y de la disconformidad manifiesta del nuevo Ministro de Hacienda y Administraciones Públicas con este "déficit" y la gestión que se ha hecho con él.

Por el lado de la demanda no estamos aprovechando debidamente la aportación que pueden hacer a la economía del sistema los grandes consumidores industriales, por sus características particulares ya que son previsibles a largo plazo, pueden ser interrumpibles y algunos de ellos son además modulables. Sin embargo, estas características y sus ventajas no están reconocidas o lo están solo parcialmente.

Sin reformas en el mercado y sin contener la expansión y retribución de las renovables -que será de unos 7.000 millones de euros en 2011, una cifra comparable al gasto público en I+D- creo que será difícil establecer un objetivo de composición de la generación -el mix por decirlo en castellano-, que satisfaga algunos objetivos fundamentales, que no son otros que proveer energía en condiciones económicamente razonables, estimular la competencia entre generadores, asegurar la provisión de energía de base, facilitar la amortización de inversiones que fueron animadas en anteriores planificaciones, y animar el desarrollo tecnológico de las energías renovables. Todo ello sin dejar de tener muy en cuenta que el precio de la energía es un factor básico de competitividad internacional de buena parte de la industria española, por una parte, y que ha de tener un impacto limitado en los presupuestos de gasto familiar, por otra, so pena de desplazar hacia la energía unos gastos que tendrían un efecto económico muy superior si fueran destinados a adquirir o consumir bienes y servicios de otra naturaleza.

Es evidente, desde luego, el importantísimo papel que juegan las señales de precios en el camino hacia la mejora de la eficiencia y ahorro energéticos, mucho mayor que el cabría atribuir a la conciencia ambiental del común de los ciudadanos, pero salvo para los fundamentalistas energéticos no serían admisibles unos precios continuamente elevados justificados para facilitar el reemplazo de la energía primaria y animar -casi diría imponer- el ahorro energético. Y ello por dos razones de peso.

La primera es que la proporción que corresponde a España en el consumo energético del planeta es bastante modesta (0,25% según la base de datos del Banco Mundial) y además esa proporción será continuadamente decreciente. Entre 1990 y 2030 el consumo mundial se habrá duplicado y la participación de China, por ejemplo, será entonces del 26% cuando sólo era el 8,5% hace 20 años (BP Energy Outlook 2030). Es tan inevitable la ligación entre desarrollo económico y mayor utilización de energía, como tan deseable es el progreso económico, porque su consecuencia es que cada vez más personas salen de una vida condenada al hambre y la pobreza, lo que fue el estado generalizado en la humanidad hasta el siglo XIX. Algunas sociedades hemos podido abandonar la miseria definitivamente y otras, precisamente las más pobladas, están logrando hacerlo.

Sin embargo, sí es cierto que mucho terreno para la acción en el reemplazo económicamente razonable de fuentes de generación y en la eficiencia en el uso de la energía, aunque esto depende mucho más del progreso científico y tecnológico que de la voluntad política, que utiliza el poder del Estado para imponer sus preferencias aunque tengan un coste superior al de otras alternativas, haciendo comerciales algunas tecnologías que en realidad no lo son. Algunas al menos no todavía y otras probablemente nunca.

La segunda, algo distinta y ya distante en el texto de la anterior, es que corremos el riesgo de dañar seriamente al sector industrial, sin cuyo crecimiento será cada vez más insostenible la financiación del Estado de Bienestar, permítanme que insista en esto. Otros sectores podrían, quizá, ser capaces de suplir su empleo directo pero no la contribución fiscal y cotizaciones a la seguridad social derivadas de unas rentas salariales bastante más elevadas en promedio que las de los restantes sectores. El empleo indirecto, simplemente, irá menguando o creciendo en el mismo sentido que el sector industrial porque su demanda de productos y servicios es, obviamente, irreemplazable.

La electricidad es el principal insumo energético del sector industrial, nada menos que el 54% del total, seguido a gran distancia por el gas (27%) y el gasóleo (9%). Por agrupaciones de actividad el principal consumidor eléctrico es "Metalurgia y fabricación de productos metálicos" (26,5%), seguida por "Alimentación y bebidas" (16,8%) (INE, 2009). ¿Hace falta recordar que estos sectores constituyen auténticas especializaciones en Andalucía y España? Por añadidura: Andalucía es el primer productor de energía eléctrica de España.

¡Ah! Me olvidaba de las emisiones y de la salvación del planeta. Está muy bien, pero a ojos de un economista en Andalucía hubiera sido más barato adquirir derechos de emisión en el mercado y amortizar los correspondientes a los 6,5 millones de toneladas de CO2 que hemos evitado en esta región gracias a la ampliación del parque renovable. Nos habría costado unos 130 millones de euros a los precios actuales. Sin embargo, por vanguardistas y pioneros, tenemos por delante la amortización de varios miles de millones de euros en capacidad de generación que no necesitábamos, esperando a que dentro de 30 años -la cifra no es a voleo-, un kWh de una termosolar ya construida sea más barato que el de un ciclo combinado, a los precios del gas natural de 2010. ¿Cómo le decíamos a hacer esto? Pues eso. Feliz Navidad.

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