Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Escalas

HACE ahora una semana ustedes podían leer en este periódico como nuestras autoridades locales echaban las campanas al vuelo con la celebración del maratón de Sevilla. Hay motivos para estar satisfecho. Las condiciones de Sevilla son óptimas para este tipo de competición: un recorrido prácticamente plano, baja altitud sobre el nivel del mar y buen tiempo casi garantizado en un destino de enorme atractivo turístico. Se dan todas las circunstancias para que a corto plazo sea, si no lo es ya, el gran maratón de España y deje atrás a los que se organizan en otras grandes ciudades españolas. De hecho, este año se ha batido el récord de participación con trece mil dorsales, de los que unos diez mil eran de corredores venidos de fuera de Sevilla. En total se calcula que llegaron a la ciudad unas veinte mil personas que llenaron los hoteles y que se dejaron unos ocho millones de euros.

Al día siguiente de que se corriera el maratón de Sevilla se abría en Barcelona el Congreso Mundial de Móviles. Es el certamen de referencia en todo el mundo del sector más pujante de las nuevas tecnologías y convierte cada año la capital catalana en el escaparate en el que cualquiera relacionado con ese negocio tiene que estar. Las cifras marean: un impacto económico de 460 millones de euros, una capacidad de atracción de cien mil personas y 13.000 empleos creados. Por no hablar de la repercusión internacional que conlleva la presencia de personalidades tan mediáticas como Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, o la presentación de lo último Samsung o de Apple.

Son escalas diferentes. Pero la inevitable comparación de magnitudes pone de nuevo de relieve cómo Sevilla ha ido perdiendo, una tras otra, oportunidades en los últimos años. La marca internacional de la ciudad quizás no esté a la altura de la de Barcelona, pero no le va muy a la zaga. Sin embargo, no ha sido capaz de aprovecharla. La organización de grandes congresos es hoy una de las formas más claras de hacer negocio y de proyectar la imagen de una ciudad. Aquí hemos enterrado cientos de millones en construir Fibes, un enorme recinto claramente infrautilizado tanto por su ubicación, demasiado lejos de la Sevilla que a los visitantes les gusta conocer, como por sus evidentes fallos de gestión. Sevilla quizás no pueda, aunque debería, competir con el Congreso Mundial de Móviles de Barcelona o con el Fitur de Madrid. Que el mayor congreso, por repercusión y visitantes, que se celebra en Sevilla sea el Salón Internacional del Caballo da idea del bajo nivel al que nos movemos en un aspecto de tanta trascendencia para el futuro de la ciudad.

Lo que vaya a ser Sevilla en el futuro más próximo va a tener mucho que ver con la capacidad de proyectarse hacia el exterior. Sevilla es una buena marca que está en riesgo de dejar de serlo. El Ayuntamiento es, por definición, una administración con competencias limitadas. Por ejemplo, a pesar de que se quiera proclamar lo contrario, tiene pocas capacidades para crear empleo e incluso para dinamizar la vida económica. Su función es facilitar las cosas. Pero en algo tan importante como cuidar y promocionar el patrimonio de la ciudad, tanto el material como el inmaterial, su labor no sólo es básica sino insustituible. En los últimos años tampoco en este aspecto nos ha ido demasiado bien. No hay más que remontarse a la estéril polémica sobre el rascacielos de la Cartuja que hizo peligrar el sello de Patrimonio de la Humanidad para nuestro conjunto monumental. Haría bien Juan Espadas en hacer un examen de conciencia sobre esta cuestión. No sé si podemos aspirar a tener un evento de la importancia del Congreso Mundial de Móviles. Pero sí es evidente que conformarnos con lo que tenemos es la forma más rápida de llegar a la irrelevancia.

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