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PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Escolarización sin niños de los que contagiarse

Ysin otros padres que los demonicen. Ese es el destino de los niños que llevan más de dos meses sin ir a clase y cuyo horizonte diario es el de los descampados aledaños a los puentes de San Juan, refugio de sus padres tras huir de las reyertas en las Tres Mil Viviendas. Niños que en sus correrías entre matorrales intuyen que un tren circula elevado sobre la vega del río. Se llama Metro y representa un mundo de tarjetas magnéticas y escaleras automáticas que les está vedado. Algún día llegará a sus manos la Declaración de los Derechos del Niño, y tendrán capacidad de comprender su articulado. Y se preguntarán quién les ha robado el mes de abril y el de mayo.

Las autoridades, en lugar de cumplir con la obligación legal de tener a los niños escolarizados, sea cual sea la moral de sus padres y el talante de los prójimos, han dejado deliberadamente pasar el tiempo (amparados en la coartada de lo espinoso que resulta meterse en un campamento de chabolas) y ahora que termina el curso los sacan de sus vacaciones campestres y los evalúan. ¿De conocimiento del medio? Paripé administrativo para que les homologuen con un diploma. Pero vuelven a pisar un colegio cuando no hay otros niños con los que relacionarlos.

Felicito a los profesores, trabajadores sociales y voluntarios que reiteran su ofrecimiento de tiempo, criterio y cariño a estos niños que habitan una Sevilla donde tanto sus padres como las instituciones y la sociedad en su conjunto soportan sin inmutarse que sean niños de la calle. A la vista de todos cuando circulamos por los carriles metropolitanos con la prisa nuestra de cada día. No son carne lejana de reporteros de telediario, los vemos en vivo y en directo desde la unidad móvil de nuestro desapego. Son parte de la ciudad de la que sacamos pecho y hoy pasos. Qué gran escuela de mala vida en la que están matriculados sí o sí.

Elija la Delegación de Educación qué colegio convierte en una escuela de verano para darles instrucción intensiva y juegos didácticos. Y afronte con valentía cómo reintegrarlos el próximo curso por separado a varios colegios y aulas donde convivan con niños de otras familias, se pongan como se pongan las asociaciones de padres y madres, que esgrimirán desde el miedo a los piojos al pánico a los chabolistas peligrosos.

La calidad moral de una sociedad se mide en estas situaciones. No vale abstenerse. O se asume la complicidad con la perpetuación de los guetos o se participa en la salvaguarda de los derechos de todos los niños. Qué edificante venganza la que se está perpetrando contra pequeños que no tienen culpa de que sus progenitores les tengan en la intemperie huyendo de otra venganza en el lumpen, o buscando crear otro poblado tan numeroso que les permita presionar con más fuerza a los políticos para que incurran de nuevo en el calamitoso desalojo de una parcela en Los Bermejales, a modo de toma el fajo de billetes y corre.

Bienaventurados los niños saharauis y bielorrusos acogidos temporalmente porque su verano en Sevilla va a ser mucho más enriquecedor que el de los niños gitanos atrapados en esta oprobiosa y recurrente marginación.

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