DECÍAMOS no ha mucho que el Betis es un milagro y que su supervivencia es más de lo mismo, otro milagro, para una existencia deprimente a causa del mandarinato que lo maneja. Es un milagro de perfiles clamorosos, pero no tan a expensas de milagro como es el Espanyol, el otrora Real Club Deportivo Español de Barcelona. En Barcelona, el hoy Espanyol no significa nada y por supuesto que no tiene parecido alguno con lo que el Betis supone en Sevilla. Mediáticamente es un pigmeo a la sombra del Barça y su cuota de espacio una insignificancia en comparación con el aluvión de páginas que acaparan los azulgrana.

Viendo la inauguración del nuevo estadio blanquiazul me quedé maravillado de las instalaciones y, sobre todo, de la ceremonia y de la parafernalia que la rodeó. Ese estadio, viendo las circunstancias deportivas y accionariales del club periquito, sí que es un milagro digno de ser admirado. Cuando vi por última vez al Espanyol en Montjuïc nadie daba un duro por la permanencia del equipo y hasta se hacían jocosas apuestas sobre quién sería el rival para la inauguración del estadio nuevo. Unos decían que podría ser el Éibar y los más hirientes hasta especulaban con el ascenso del Barcelona B para la apertura oficial del nuevo coliseo.

Pero el Espanyol se recompuso con la llegada de Pochettino, logró salvar la categoría e inaugurar su nueva casa como Dios manda. Lo hizo con el Liverpool y hasta lo goleó, pero eso es lo de menos. Lo relevante es que, tras el cáliz de estar doce años de alquiler, ha levantado su casa. Con unas luchas intestinas importantes y siendo lo que es en Barcelona, una insignificancia a la sombra gigantesca del Barça, ha estrenado casa y, mejor aún, totalmente rematada. Cornellá-El Prat es, además, un estadio funcional, nada faraónico y con un aforo acorde con el poder de convocatoria del club españolista, por lo que desde este rincón felicitamos sinceramente al Espanyol.