SUENAN los cantos de sirena en los oídos de Unai Emery tras la excepcional forma en que su equipo remató el curso. Es un entrenador de moda tras aquella tanda de penaltis en Heliópolis y tras haber sido no sólo puesto en cuestión sino duramente denostado por muchos que se creen en posesión de la verdad absoluta. Y algunos de éstos hasta siguen en el empecinamiento y en el absurdo de que el Sevilla llegó adonde llegó a pesar de Unai.

Unai, otro entrenador que jamás salió en las estampitas cuando vestía de corto, le ha dado la vuelta a las opiniones sevillistas como se le da la vuelta a un calcetín en clara demostración de que en fútbol mandan los resultados. Así es para la inmensa mayoría de la clientela futbolística, pero convendría resaltar que hubo un hombre que ya creía en el vasco mucho antes de aquella tanda que le cambió la vida a los dos equipos de esta ciudad dual y con tantas disyuntivas.

Ese hombre es el actual presidente del Sevilla, que estaba convencido de la bondad de los métodos de Unai desde el minuto uno. Cuando las balas silueteaban su figura, éste ya gozaba de la confianza del nuevo ocupante de la poltrona de don Ramón y ya le había hecho constar al técnico su deseo de seguir contando con él en un proyecto que por entonces no terminaba de arrancar. Su dedicación y capacidad de trabajo le habían encandilado y por su parte no había más que hablar.

Nada hay firmado, pero me consta que el pacto entre caballeros no se alterará y Unai se paseará con el Sevilla por Europa. Así es el fútbol de cambiante y un hombre vituperado, aunque injustamente, es ahora un valor sólido en el día a día del Sevilla. Su minuciosidad en la estrategia o cómo llegó físicamente el equipo al tramo decisivo lo catalogan como un entrenador de primer nivel, aunque todavía haya gente que siga dando la barrila a base de tópicos y lugares comunes.