La ciudad y los días

Carlos Colón

Esquina de Orfila y Laraña

Esquina de Orfila y Laraña, mirando hacia el luminoso oriente de la Encarnación y San Pedro por el que sube un sol poderoso, joven, rebosando una fuerza que aún no lanza al asalto de la ciudad; más bien parece que la exhibe como un sitiador orgulloso de sus tropas y seguro de su victoria cuando llegue el mediodía. Son las primeras horas de la mañana. La ciudad vive alegre, fresca y confiada, como si ignorara la debilidad de sus defensas frente al poderoso enemigo que se crece por el oriente.

"No os preocupéis por el mañana... A cada día basta su afán", dijo el Señor. Y ninguna de sus sentencias tomó Sevilla tan serio como ésta. Tanto que cada mañana de verano amanece con esta fresca y alegre confianza en que podrá resistir el embate del gigante que se desborda por la calle Oriente, rebosa las murallas y revienta las puertas de la Carne, de Carmona, del Osario y del Sol para irse derramando desde las azoteas hasta inundar las estrecheces de Santa María la Blanca y San José, San Esteban y Águilas, Puñonrostro, Santa Lucía, Aceituno, Sol; a la vez que ataca el corazón de la ciudad por Mateos Gago y por Laraña. A las nueve ya son suyas la Catedral y la Giralda; pronto caerá la Campana, y todo estará perdido.

Hay muchos observatorios privilegiados para contemplar este combate que cada día la ciudad cree que va a ganar y cada día pierde. La esquina de Orfila y Laraña es uno de los mejores. Muchas felicidades se citan allí todo el año. Si en las mañanas claras de principios de diciembre se mira hacia San Andrés se ven llegar por Orfila las alegrías de la Navidad. Si en las tardes suaves de Cuaresma se mira hacia la Campana se ve venir por Alfonso XII esa luz que los sevillanos perciben con tanta alegría "en su avance lento diario, desde el fondo frío del invierno" de la que escribió Romero Murube, ese "sol muy bajo, de rayos espesos, casi definidos, palpables, que entran a par del suelo por todas las calles que se deshacen en el poniente"; son los rayos que Joaquín llamó vira de oro de las tardes de marzo por las que viene Jesús Nazareno (para quedarse en San Antonio Abad, añado) y que justo aquí, en esta esquina, aguardan a la Esperanza para alhajarla de luz cuando gire de Cuna a Laraña.

Y si en estas mañanas alegres, frescas y confiadas de verano se mira hacia la Encarnación se ve la gloria del sol rebosando a través de los vanos del campanario de San Pedro, haciendo brillar los adoquines y bordando de claroscuros impresionistas las aceras de Laraña al pasar entre los árboles. Es imposible, entonces, no admirar la belleza del enemigo que nos conquista.

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