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Europa callada

Lo que debía ser una comunidad destinada a superar diferencias y desigualdades ha vuelto a ser un simple mercado de egoísmos

Todo apunta a que el partido del Frente Nacional de Marine Le Pen será mayoritario en la primera vuelta de las próximas elecciones francesas. Como consuelo se vaticina que, en la segunda vuelta, los electores enmendarán tal desatino, pero dado lo ocurrido en Inglaterra y EEUU, lo razonablemente previsible ya ha dejado de serlo. Con todo, entristece que algo que se presentía como una tragedia anunciada, se haya finalmente impuesto. Mostrando, una vez más, la impotencia de las autoridades centrales europeas para contrarrestar la degradación y mala imagen creada por su política económica durante la última década. Ni una sola idea, ni un sola medida para compensar los negativos efectos sociales de la austeridad. En los momentos malos es más necesaria que nunca una llamada, cuando menos simbólica, para recuperar la ilusión por los valores fundacionales europeos. Pero no; ni un solo político responsable se ha ido, mostrando su pesar -y culpa- por lo sucedido, ni, puesto a quedarse, ha sido capaz de reavivar ideológica y culturalmente un proyecto nacido con tantas esperanzas. Y así, lo que debía ser una comunidad destinada a superar desigualdades y diferencias ha vuelto, de nuevo, a convertirse en un simple mercado de egoísmos y pugnas nacionalistas. Una precipitada reconversión de la que nadie se siente culpable y, por tanto, no obliga ni a una sola dimisión, ni siquiera a una autocrítica.

Y, como cara al descontento, la Europa comunitaria calla, mejor dicho, permanece muda e impávida, tras los ventanales herméticos de Bruselas, los partidos que viven sólo de atizar las frustraciones: esa extrema derecha xenófoba y antieuropeísta, extiende imparable sus redes. Incluso en un país como Francia, en el que cobraron vida institucional, hace más de dos siglos, los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero, con todo, en el silencio reinante hay unas voces que por llevar tanto tiempo calladas, aún duelen más. Ya se sabe que, a esta altura de los tiempos digitales, ya no valen las voces aisladas, ya no es posible que un artículo como el de Zola, en un simple periódico, conmueva y cambie la opinión de toda Europa, como aconteció en el caso Dreyfus. Pero de todos modos, cabría esperar que, ante los acontecimientos crepusculares que se viven, surja un intento de conjuntar orgánicamente a los intelectuales más comprometidos con los valores fundacionales europeos, se sacudan su apatía y cansancio ante la sinrazón de los políticos y digan de una vez, y todos juntos: ¡Basta!

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