APENAS algún rescoldo dejó el derbi del sábado, el ejemplar derbi que ha tenido la virtud de que haya tribunas que han dictaminado que contentó a todos mientras que en otras se atestiguaba lo contrario, que dejó a todos disgustados. O sea, que se repite la vieja conseja de que nada es verdad ni mentira, sino que todo es del color del cristal con que se mira. También colisiona el veredicto de Mel con el de Marcelino, pues mientras el bético afirmaba que se iba contento porque había visto contentarse al rival con el resultado, el asturiano confesó rotundamente que se iba de Heliópolis triste por no haber ganado. Cosas.

Y como la semana se alarga en cuanto al fútbol según Sevilla hay que coincidir en que el susodicho derbi dejó enseñanzas muy positivas, sobre todo en el apartado de las que no convendría repetir. Por un lado, la confirmación de que el sistema defensivo del Betis es de verbena y que sólo sobrevive por las excepcionales intervenciones de Casto bajo palos, repito que bajo palos; por el otro, también la confirmación de que al Sevilla habrá de agrandarle las porterías para que pueda conseguir ese objetivo, cada vez más utópico, de asegurarse plaza en la Champions. Y es que si en el primer tiempo sólo marca una vez es para tentarse la ropa y a ver cómo es Babá.

Son problemas que en el Betis han querido paliar con el brasileño Paulao y con la esperanza de que Mario algún día pueda aportar continuidad, pero me malicio que la cura es insuficiente y que el equipo de Mel va a llevarse toda la temporada rezando todo lo que sabe en cada córner y en cada aproximación del rival a los territorios de Casto. El déficit de gol del Sevilla puede, en cambio, ser sólo cosa de una racha negativa y lo lógico sería que, con la venia de Marcelino, cuando Kanoute forme dúo con Negredo la cosecha de goles sea mejor. Y en el corazón de la semana, mañana sin ir más lejos, otro choque de trenes. ¿Volveremos a un más de lo mismo?