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Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Familias

ACarolina, una veinteañera, le gustan tanto las telenovelas que cada tarde se arremolina en el maltratado sofá y se zampa tres capítulos de una tacada, antes de irse a buscar a su novio. Tuerce el gesto cuando su madre postiza, abnegada como una chacha, le enseña las bacterias que acumula la roña que le rodea en el salón. Esther, esa madre de alquiler traída por un programa de televisión, le reprende, a lo que Carolina, habituada al caos, responde con su mayor indiferencia y con una palabras que parecen surgir de escupitajos de desprecio. Si la escena no nos causa es risa es porque uno piensa que se reproduce más a menudo de lo que parece en millones de hogares.

Me cambio de familia es el título del programa y a la estricta Esther, una catalana del interior, se le hace cuesta arriba domesticar a la descendencia de una argentina residente en Canarias. El docu-reality, conducido por una risueña voz en off (sólo faltaría que anduviera por allí Mercedes Milá), tiene pinta de programa de Cuatro, pero visto el voltaje de polémica nada con soltura en la pecera de Telecinco. Me cambio de familia no aspira a ser un coaching, a sacar moralejas, conclusiones o enseñanzas, ni a remediar como Esta casa era una ruina. Es simplemente un mortero, una fábrica de conflictos familiares, con el morbo de someter al mobbing familiar a las ingenuas mujeres fichadas. Es una hora y media de puchero puesto a hervir.

La bronca vende. A TVE no le debe de hacer gracia que un bronquista internauta como el rapero John Cobra se haya colado en la final de Eurovisión. Pero, vamos, visto el historial del músico, el jurado ya se encargará en su momento de que no vaya a Noruega. Chikilicuatre sólo hubo uno y los Karmeles están muy bien en su casa.

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