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QUÉ fatiguita me da pensar en el próximo Mundial de Sudáfrica. No digamos el que podría celebrarse más adelante en nuestro país. De acuerdo que ya tuvimos un precedente el año 1982. El del hortera de Naranjito. Aquello fue una fiebre insufrible, una enorme burbuja de la era imposible escapar. Honestamente, creo que lo que está por venir será peor.

Y es algo sobre lo que vale la pena reflexionar más de un segundo. Por qué a los no futboleros nos puede molestar más un Mundial en la actualidad, en pleno siglo XXI, que en los ochenta, cuando se supone que ahora cualquier persona dispone de más oferta de ocio y expansión, si en la actualidad cualquier espectador puede elegir entre un montón de señales, leer entre muchas más publicaciones, distraerse entre bastantes más opciones.

Sin duda, porque bajo esa apariencia de diversificación, la sociedad está mucho más globalizada de lo que lo estaba hace treinta años. Disponemos de esa herramienta poderosísima que es Internet, en donde cabe el mundo y en donde nos podemos asomar a cualquier ventana. Pero al fin y a la postre los únicos asuntos ubicuos, los únicos que logran colarse en todas las webs al mismo tiempo son aquellos del rango de un Mundial.

Unos Mundiales estos próximos que, no olvidemos, podrán verse también en las pantallas gigantes de los cines. Como ese Barça-Madrid que ha abarrotado las salas de exhibición. La futbolmanía ha alcanzado tales cotas de fanatismo que resulta imposible hacerle oídos sordos. Por eso en cuanto la veo venir uso una expresión que he escuchado muchas veces en Málaga, y que expresa divinamente lo que siento cuando leo algo relacionado con el Mundial de fútbol y sus circunstancias, o sea, todos los días: pero qué fatiga.

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