EN las favelas brasileñas el atardecer está pintado. Son miles de casas, diminutas, que se sostienen unas sobre otras desde la cumbre y que van escurriéndose por la ladera de la montaña. Su belleza nos resulta tan atractiva que nos olvidamos de la oscuridad que hay bajo su lienzo. Te advierten que las favelas son lugares donde habitan crakoleros, ladrones y gentes paupérrimas. Adentrarse en una de ellas parece poner en riesgo tu vida. Así pues, me dispuse a visitar la Favela Santa Marta en Río de Janeiro. Emprendí la subida desprovista de cualquier brillo o cámara fotográfica. Creo que borré hasta el brillo de mis ojos para no despertar tentaciones u ofensas.

Cuando admiro la montaña de lejos imagino que las nubes están preñadas de favelas paridas con la salida del sol. Imagínese cómo son, pues, dentro de la barriga. Sus calles pueden deshacerse con el tacto de tu mano, ya que el cemento siempre está húmedo. Las puertas desencajadas de la viviendas son diferentes. Prefiero pensar que las han cogido de un derribo de aquí y los ladrillos nuevos de otra construcción de allá. Ni una sola fachada es igual y nada es recto. Subes durante horas por escaleras donde se escurren aguas fecales y con la base más estrecha que tu pie. Puedes perderte entre los más misteriosos destinos.

Pero la intuición logró que fuera ascendiendo mientras saludaba a unos niños y otros faveleros. Intuía lo que era una peluquería, un salón de belleza o una pescadería de peces secos. Ascendiendo un muchacho me dijo clavando sus pupilas dilatadas en las mías encogidas Michael Jackson está vivo. No quise llevarle la contraria, por lo que le seguí la conversación hacia donde el crack la dirigía. Asentí a todo y me señaló el camino. Yo buscaba vidas, mis ojos robaban la intimidad del interior de las viviendas donde pude ver que una madre, sentada en el suelo, les daba de comer a sus hijos, a falta de cualquier mueble. Las bolsas de basura eran sus armarios roperos. Llegando a lo más alto de la colina, desde donde dicen empiezan a contruirse la casas, encontré la única explanada de toda la Favela de Santa Marta. Y saben qué me encontré en el centro de ella, pregunto. Una estatua de bronce de Michael Jackson. Entonces lo entendí, Jackson sí está vivo culminando esa gran favela que vive del vídeo allí grabado por el artista. Al iniciar el descenso observé sorprendida la habilidad de un joven para bajar, peldaño a peldaño, una bicicleta de última generación. Quiero suponer que sería un regalo de alguien con un gran corazón para que la vendiera y poder comer. Alejándome de la Favela entró una última hora en mi teléfono, David Beckham compra una favela para montar un centro hotelero. Pregunto, será el comienzo del fin de la miseria para dar trabajo a los faveleros o los ilustres visitantes tendrán un lugar exótico donde observar la extraordinaria pobreza, servidos por grandes chefs y camareros de guante blanco.

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