en tránsito

Eduardo Jordá

Feliz año viejo

CADA año, cuando se acerca la nochevieja, procuro repasar una agenda en la que voy anotando las cosas que he hecho durante el año. La experiencia resulta inquietante, sobre todo porque ya había olvidado la mitad de las cosas que hice en tan poco tiempo. Al leer las anotaciones, tengo la sensación de que fue otro quien vivió la mayoría de esas cosas, y que ese otro no tenía casi nada que ver conmigo. Y eso que la mayoría de las cosas que hice no tuvo nada de particular. No cené en casa de ningún millonario, ni viajé en el jet privado de una actriz de Hollywood, y tampoco tuve la suerte -o la desdicha- de compartir unas horas con uno de esos financieros que ganan millones en un segundo, mientras que millones de personas pierden casi todo lo que tenían en ese mismo segundo. Pues no. Lo que viví durante este año fue bastante normal, y aun así, al repasarlo, me resulta asombroso.

Recupero algunas de esas cosas. En febrero conversé en un pueblo de Málaga con una mujer egipcia, nacida en Alejandría, y me contó que acababa de llegar a España y no sabía muy bien cómo iba a ganarse la vida, pero aun así se mostraba esperanzada y creía que todo saldría bien, así que cuando nos despedimos deseé que todo fuera como ella decía. Y en marzo estuve en Ceuta, y mientras cruzaba el Estrecho de Gibraltar en un ferry, oí la conversación de una pareja que parecían enamorados recientes que se habían conocido en internet. En un momento dado, la mujer señaló una montaña en un acantilado, y dijo que la llamaban la Mujer Muerta, y que ella conocía a una mujer de Ceuta que cada mes cruzaba el Estrecho sólo para contemplar aquella montaña, y luego, nada más llegar a Algeciras, volvía a subirse al barco y regresaba a casa. Pensé que quizá era ella misma la mujer que cruzaba el Estrecho para ver una montaña, aunque ahora, con aquel nuevo amor -o lo que fuera-, quizá ya no tendría la necesidad de hacerlo. Quién sabe.

La primavera y el verano no contienen anotaciones reseñables, por lo que debo suponer que fueron meses en los que no pasó nada, esos meses que los ingleses definen con un adjetivo maravilloso, uneventful, que puede traducirse como "tranquilo" o como "sin acontecimientos reseñables", aunque en la vida, creo, lo más importante es lo que nunca resulta reseñable. En octubre sí tengo anotaciones, porque estuve en el interior de Pennsylvania y guardo un cuaderno lleno de notas. Ahí están los ratoneros de cola roja volando sobre el campo de batalla de Gettysburg. Y los niños hispanos que esperaban el autobús escolar en un pueblo de los Apalaches. Y luego llego al final del año sin encontrar nada más. Y eso mismo es lo que deseo para el año que viene, un año sin sobresaltos ni acontecimientos inesperados. Feliz año nuevo a todos.

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