TURÍN en el horizonte como pase de la firma a una temporada excepcional con el adobo de la seguridad de que el curso próximo pinta igual de bien, o mejor. En esta Sevilla de la dualidad y que muchos contemplamos más exactamente como la de las disyuntivas, una de ellas anda piafante con lo que se programa para el miércoles que viene en la capital del Piamonte. Es la cara de una moneda que tiene el envés como una cruz muy pesada.

La Feria es un barómetro bastante riguroso en la medición de la presión ambiental de la ciudad. Y ese barómetro nos aclara cómo el sevillismo está vibrando en otra cuenta atrás para la ilusión. Eindhoven, Glasgow y ahora Turín como tierras prometidas para una afición que está disfrutando tanto por su presente como por la angustia del vecino, de ese rival tan odiado y que a lo largo de sus cien años de vida se ha ido mostrando como especialista único en dispararse al pie.

Va uno por el real y se encuentra perfectamente clasificado al fútbol según Sevilla. Por un lado, todo es un proyecto de ilusión de cara a un futuro inmediato y lejano sustentado por un presente gozoso. Por la otra acera, el pesimismo como común denominador de un beticismo que abomina del presente y que teme al futuro por cuanto de prejuicios inquietantes trae en las entrañas. Las generaciones vivas jamás vivieron una Feria tan desigual como ésta de Mayo y andan catalépticas.

Y si el sevillismo repite sus días de vino y de rosas, el beticismo bien debiera aparcar la mohína en el rincón más recóndito de su almario para pegar un puñetazo en la mesa y coger el toro por los cuernos. El Betis, por siempre Real Betis Balompié, siempre volvió y siempre debe seguir volviendo. Si hay que hacer tabla rasa prescindiendo de inútiles y de ratas culposas que quieren abandonar el barco, pues hágase de una puñetera vez y así el fútbol según Sevilla será como debe ser.