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IMAGINO que conocerán un tuit que se ha hecho muy célebre en las redes sociales a propósito del periodo que atraviesa el cine español. Era de mi apreciado Tristán Ulloa, y lanzaba el irónico mensaje de que el próximo año en la gala de los Goya no se premiarán las mejores películas de la temporada, sino la película. La que haya logrado rodarse con toda la que está cayendo.

Ulloa arremetía contra la infame coyuntura que soportamos, contra el desprecio con que las medidas del gobierno maltratan la Cultura. Pero la realidad es tozuda y acaba por imponerse. Y resulta que el equipo de selección del Festival de Málaga ha tenido que ver 107 largometrajes, repito, nada menos que 107. Y lo mejor de todo: el nivel de muchos de ellos era bueno. Porque haciendo de la necesidad virtud, como sucede en los periodos difíciles, se agudiza el ingenio.

La cuestión, que la edición 16 del Festival de Málaga lejos de ser una de transición o de horas bajas se presenta, sobre el papel, como una de las más interesantes de los últimos tiempos. A mí me produce particular alegría acoger el salto al largo de realizadores tan queridos como Alejandro Marzoa, Jesús Monllaó o Jorge Naranjo, y reencuentros como los de Rodrigo Sorogoyen y Miguel Alcantud. Intuyo que Casting, de Naranjo, puede ser el equivalente al Carmina o revienta, como película revelación de pegada fuerte. Pero es pronto para decirlo. Primero habrá que verlo todo.

Por si fuera poco, con el programa a rebosar, aparece la nueva sección Ventana TV. Productos destinados a ser exhibidos en cadenas nacionales o autonómicas, tv-movies maltratadas en demasiadas ocasiones por nuestras televisiones. Ojalá los días en Málaga durasen 48 horas. Las necesitaríamos.

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