¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

'¡Fora, fora!'

LA ordinariez es el privilegio de las verduleras, pero cuando ésta se infecta de fanatismo político deriva en terrorismo verbal. Un ejemplo claro lo hemos visto en ese desagradable incidente en el que una piara de honrados ciudadanos echan de la plaza de Vic a Alicia Sánchez-Camacho, una política mediocre y valiente que no se encuentra entre nuestras favoritas, pero que tiene el derecho a transitar por los caminos y poblados de España sin que sea insultada y violentada. ¡Fora, fora! gritaba en la lengua de Pla el noble pueblo de Vic comandado por una envalentonada hortelana que insultaba a la Camacho mientras no dejaba de meter el género que acababa de vender en unas bolsas de plástico. Es sorprendente la capacidad de algunos catalanes para simultanear la violencia política con la atención al negocio. Deben ser los genes.

Jamás hemos visto echar a nadie de una plaza de abastos andaluza, espacios de vociferante jocosidad donde se amanceban olores y colores con una promiscuidad digna de Gomorra; lugares profundamente humanos, ordinarios y pacíficos en los que la única violencia que se observa es la tradicional batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma que cantara nuestro Arcipestre de Hita: "Allí luchan las ostras con todos los conejos,/ con la liebre combaten los ásperos cangrejos;/ de una y otra parte bien baten los pellejos,/ de escamas y de sangre van llenos los vallejos". Que el nacionalismo catalán haya aprovechado un mercado, el solar sagrado del comercio y el condumio, para conculcar un derecho elemental, la libertad de movimiento en el espacio público, nos dice hasta qué punto la religión de la estelada se ha convertido en el enemigo a batir para cualquier persona de buena voluntad.

Todo habría sido más aceptable si la nacional-verdulera hubiese encarado en solitario, en buena lid, a la Camacho. Pero no, la lideresa buscó el abrigo de la masa y, por supuesto, ésta le apoyó al ritmo de ¡fora, fora!, dejando en evidencia una vez más la profunda cobardía que suele anidar en todo linchamiento. En estos casos, tenemos una medicina infalible que hace que volvamos a confiar en las personas: leer las palabras del viejo coronel Sherburn a la turba cobarde en Las aventuras de Huckleberry Finn: "Como sois lo bastante valientes, claro, para embrear y emplumar a pobres mujeres desamparadas y sin amigos que pasan por aquí, ¿eso os hace pensar que tenéis agallas para poner las manos en un hombre?". Palabra de Mark Twain.

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