Crónica personal

Pilar Cernuda

Fracaso sindical

POCOS globos. La mayoría de las personas que pararon el 29-S lo hicieron por miedo a los piquetes. Que no nos mareen con cifras: miles de comercios españoles cerraron cuando los piquetes andaban por las cercanías, abrían al comprobar que se habían alejado y echaban nuevamente el cerrojo si veían a un sindicalista por los alrededores. Los huelguistas fueron multitud en la industria, pero los sindicatos han cosechado un absoluto fracaso en el resto de los sectores.

En la huelga de los sindicatos contra Zapatero se han dado varios ingredientes que no se habían visto en ocasiones anteriores: lo primero, que se ha hablado más de la actitud nada informativa de los piquetes que de las dificultades para acudir al trabajo; en general se cumplieron los servicios mínimos con la sorpresa además de que en algunos lugares, como por ejemplo en las cocheras de Renfe, se presentaron los trabajadores afectados por los servicios mínimos y también los demás, para dejar patente así que no estaban conformes con la convocatoria. Hubo incidentes en los autobuses de Madrid, pero los sindicalistas no lograron paralizar la capital, que era uno de sus objetivos. Hubo normalidad en los aeropuertos, en Cercanías e incluso en el Metro, el sindicato de maquinistas del suburbano no estaba por la labor.

La Policía actuó con firmeza contra los piquetes amenazantes que actuaban en las cocheras, en los centros de distribución de alimentos de las grandes ciudades y en las puertas de las grandes superficies. Y una vez desalojados los piquetistas, la mayoría de la gente se incorporó a su trabajo. La razón no hay que buscarla muy lejos: Comisiones y UGT se han equivocado de medio a medio al no mover un dedo contra Zapatero mientras fracasaba estrepitosamente en su política de crear empleo y tampoco han movido un dedo por defender a los parados. La imagen de los sindicalistas se ha quedado además profundamente deteriorada cuando la polémica con Esperanza Aguirre destapó la situación de privilegio de los liberados, por no mencionar que a los sindicatos se les ha visto el plumero perfectamente al convocar una huelga cuando ya no había vuelta atrás a las medidas propuestas por Zapatero, puesto que han sido aprobadas en el Parlamento. La sensación de compadreo entre sindicatos y Gobierno se ha asentado firmemente en la sociedad.

Los sindicatos nos bombardearán los próximos días con sus cifras sobre la participación y sus declaraciones triunfalistas. Pero no engañan: el 29-S les ha salido mal. Y ahora, a dialogar, como decía Zapatero. ¿Sobre qué? ¿Sobre el reglamento de aplicación de la reforma laboral? Se afianzará aún más la idea de que en esta convocatoria de huelga ha habido excesivo compadreo. De ahí su resultado.

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