Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Francotiradores

ATRINCHERADOS que se convierten en ayatolás sobre cualquier cosa, y lanzan bombas de racimo de 140 caracteres contra cualquiera que, a diferencia de ellos, sí se pasean por la oceánica red con su propio nombre por delante. Francotiradores de andar por casa, jugadores de ventaja, a los que uno imagina desaseados y en pijama delante del ordenador, con un hilo de mala baba invadiéndoles la barba, también descuidada. Y llaman cualquier cosa a cualquier persona: mercenario, ignorante, gilipollas, puta, maricón. Uno se malicia, además, que en muchos casos el francotirador conoce muy bien, incluso personalmente, al objetivo de sus regüeldos digitales. Y que cuando se lo cruza en el supermercado, lo saluda con franco afecto. A esta bazofia que navega en internet -llamada trolls en la jerga- no se la busca por decir a la gente cosas que, si las dijera en la vida real, le costaría un dolor de cabeza y de bolsillo. Por suerte, ciertos delitos de alta alarma social, que van más allá del espeso aliento del dragón de piso, y con potencial traspaso al cara a cara, como la pederastia, sí son objeto de rastreo policial.

Otro prototipo de estrella de la red social, mucho más tierno que anterior, es el nuevo periodista (articulista, analista, opinador) surgido de la inagotable fuente de datos e información que es internet. Esta otra variedad no va enmascarada: al contrario, lo que busca es captar audiencia, hacer ver lo que sabe de mitología griega, de deuda exterior y de geopolítica (o de jazz, o de pintura o arquitectura contemporánea, o de efemérides taurina). No disfruta haciendo daño desde la madriguera donde se agazapa, porque no se esconde: busca luz. A veces, una persona antipática o carente de gracia cuelga en la red social una frase genial y puede que llegue a pensar que la frase es suya: ¿qué mal hace? En no pocos casos, el periodista digital sin papeles aporta luz, refleja parte de la que él busca, y distribuye buenas canciones, interesantes datos, bonitas fotos, poemas ajenos, reflexiones de otros debidamente tuneadas. No importa que no respete y ni siquiera cite el copyright; en el mundo digital, la Policía y la Justicia no están de verdad, ni se los espera (a no ser que se comience a hacer daño a correligionarios y gente importante: en ese caso, hasta se promulgan leyes para parar a los agitadores cibernéticos). Sólo faltaba que los insultadores de la primera categoría quedaran indemnes por su repulsivo oficio, pero que a los que van de frente, más o menos documentados, se les mandara a la pasma para que les den un paseo a los juzgados.

Mucho me temo que internet era una trampa. Y ya es tarde para sortearla. (Este artículo está en deuda con Ana Pastor.)

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