Fútbol y violencia, un problema que hay que resolver

ADEMÁS de por la escasez de goles, la Eurocopa que se celebra estos días en Francia está destacando por el elevado número de incidentes violentos provocados por las hinchadas más radicales. Cuando apenas llevamos diez días de competición y 26 partidos celebrados, la UEFA ya ha abierto once expedientes para investigar, y sancionar si es preciso, diferentes invasiones de campo, disturbios y comportamientos racistas. Precisamente hoy, el Comité de Control y Disciplina del máximo organismo del fútbol europeo, que se reunirá en París, decidirá la sanción que impondrá a Croacia por los sonrojantes incidentes protagonizados en Saint-Étienne por sus aficionados, quienes obligaron a suspender durante seis minutos el partido que disputaba Croacia y la República Checa disputaban el pasado viernes. Cualquier televidente, sea aficionado al fútbol o no, tiene muy recientes las imágenes difundidas en los telediarios en las que ultras de diferentes países libran auténticas batallas campales ante una ciudadanía horrorizada e impotente por una violencia injustificada y ciega. El colmo se alcanzó cuando se conoció un vídeo en el que aficionados ingleses humillaban a unos niños gitanos lanzándoles monedas al suelo para que éstos las recogiesen.

El problema de la violencia en el fútbol no es nada nuevo. Desde la tragedia del estadio de Heysel en 1985, en la que murieron 39 personas y resultaron heridas otras 600, se ha avanzado mucho en la legislación y las instalaciones para evitar la violencia y sus consecuencias. Sin embargo, a la vista está que todavía queda mucho camino por recorrer. Tanto que seguro que muchos habitantes de las distintas ciudades francesas donde se celebra el campeonato se habrán preguntado si merece la pena sacrificar la tranquilidad y seguridad de los bienes y las personas por los evidentes beneficios que traen aparejados los grandes acontecimientos deportivos: espectáculo, animación, altos ingresos económicos, publicidad turística, etcétera.

Los gobiernos europeos, en coordinación con la UEFA, deben abrir un proceso de reflexión para ver qué más se puede hacer para evitar estos actos violentos. El camino pasa por aumentar la colaboración internacional entre las policías, endurecer las sanciones a los hinchas reincidentes, educar a los hinchas más jóvenes en el juego limpio y la deportividad, no permitir ningún asomo de actitudes racistas... Una Eurocopa debe ser una fiesta, un lugar para la sana rivalidad deportiva entre los europeos, no el ring al que se convoca a los fantasmas más deplorables de nuestra historia.

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