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Alejandro V. García

Futbolismo nacional

RAJOY y el cuadro médico que atiende la evolución de la muy debilitada España han apostado, para elevar su ánimo, por el viejo remedio de trasfundir moral futbolística a la aorta nacional. El método, aunque anticuado y con gravosas contraindicaciones de carácter histórico y sociológico, sigue siendo eficaz en situaciones desesperadas. Rajoy tiene fe en remontar el decaimiento y la anemia nacional a base de goles, gritos y patadas. Nuestro melancólico presidente ha optado, además, por insuflar cierto optimismo al pueblo desprestigiando lugares comunes de la retórica de la pesadumbre como "el camino de rosas", las "vísperas del Apocalipsis" o los "temores irracionales y los aspavientos inútiles". A pesar del escaso poder persuasivo de la elocuencia presidencial, el hecho de que Rajoy haya olvidado momentáneamente la amenaza de los viernes negros y de los ajustes indefinidos supone un alivio. La recuperación del ánimo, sin embargo, va a depender del papel de España en la Eurocopa.

Zapatero también se aprovechó para aclarar sus momentos negros de los triunfos deportivos. La euforia por la consecución del Mundial de Sudáfrica supuso en 2010 un estímulo extraordinario para un país que se deslizaba imparable hacia la recesión y la quiebra financiera. Zapatero, a diferencia de Rajoy, se aprovechó de las ganancias deportivas a posteriori. A Rajoy no le queda tiempo para esperar el desenlace. Tiene un país tan decaído que no puede aguardar a que el placebo haga efecto. Así que se reunió con los futbolistas y les encomendó dar un "gran subidón a la gente" en "tiempos tan difíciles". Del Bosque, que tiene aires de filósofo, contestó con una frase digna de Diogénes el Cínico: "Ganar la Eurocopa no soluciona los problemas de España". La apostilla del entrenador nacional, sin embargo, no va a frenar el plan de salvación moral por el fútbol preparado por el Gobierno.

Prepárense, pues, los parados, los desahuciados, los lúgubres, los trágicos y los aciagos españoles para la mayor exhibición de banderas patrias imaginable. Las tiendas de los chinos rebosan ya banderolas a precio de risa (a precio de prima de riesgo), camisetas, bufandas, etcétera, e incluso algunos periódicos se disponen a proveer de enseñas a los patriotas que desconfían del género de los bazares orientales. Y la nación (la enfática nación) se alzará, no lo dude nadie, con la intención de parar los pies al destino a golpe de gol y carrañacas. Del borde del precipicio partirá una llanura verde y despejada con un fondo de redes y porterías para que el país emule las victorias anímicas del nacionalfutbolismo.

¿Llegaremos a tiempo? Ojalá lleguemos al 10 de junio por nuestro propio pie, es decir, sin rescate del BCE, al partido inaugural. Ánimo España.

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