DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Ganadores

La burguesía catalana que abrazó el franquismo se apunta a la aventura secesionista

En el andén de la estación de Córdoba donde el sábado esperábamos el tren a Valencia dos viajeras estaban sumergidas en sus lecturas. Una leía Trenes rigurosamente vigilados, de Bohumil Hrabal, ese escritor de Bratislava que medía la felicidad en piscinas olímpicas de cerveza. La otra leía La guerra del fin del mundo, el apocalipsis de Canudos según Mario Vargas Llosa. Yo elegí premeditadamente un libro ambientado en Barcelona, una de las ciudades más literarias que conozco. Dice Carlos Zanón, escritor barcelonés hijo y nieto de taxistas, que eso se debe a que es una ciudad sacudida por las derrotas. Ayer vivió una de las más rotundas, porque perdimos todos. El libro que abrí en el tren se titula Habíamos perdido la guerra. La memoria honesta y valiente de Esther Tusquets nos describe a la Barcelona nada minoritaria que levantó el brazo y agachó la cabeza para celebrar el triunfo de Franco. "La calle era nuestra, la ciudad era nuestra". La parafernalia callejera de los vencedores la han recuperado los nuevos dueños de la calle y de la ciudad. El apellido Tusquets, tan unido a las vanguardias, la industria editorial y la arquitectura, tenía los orígenes de su esplendor en una banca familiar. Familia paradójica. El abuelo paterno de la escritora habría muerto según las malas lenguas en un burdel de París. Un tío le salió cura, otro nazi y cosmopolita. El padre de Esther Tusquets era médico, pero desertó del bando republicano porque no quería seguir dándole el toro de gracia a los condenados del bando nacional. Su madre, personaje delicioso, era una mujer culta, área y franquista hasta el último día de su vida. En casa hablaban en catalán salvo con las criadas, que venían de fuera y se tomaban la revancha social preparando todos los días ensaladilla rusa. A muchas niñas de la primera posguerra les pusieron Victoria. La niña Esther Tusquets, que llegó a ser falangista, se sentía un personaje de Mihura en una película de Visconti que hizo la primera comunión en el Colegio Alemán. La burguesía catalana celebró el final de la guerra y su resultado. Favorecía sus intereses. Como ahora parece favorecerla la locura secesionista. El libro cuenta con figurantes de lujo como Marsé y Gil de Biedma, ahora demonizados por los neófitos bárbaros. Alguna niña que ayer acudiera con su padre a un colegio escribirá algún día Habíamos ganado el referendum. Menos mal que hoy vuelve a salir el sol.

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