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Joaquín Pérez Azaústre

Gasol al rescate

GASOL como bandera no sólo de sí mismo, de su abrazo hermanado con Nadal, sino también como paso adelantado de una forma especial de hacer las cosas. Gasol, como se sabe, ha sido el primer jugador de basket de Sant Boi en triunfar en la NBA; pero también el primer catalán, y el primer español. En este último nivel existe el antecedente de Fernando Martín, y después han venido muchos más. Pero catalán no hubo ninguno antes que Gasol, que ha disputado además el All Star y ha ganado dos anillos de campeón con los Lakers. Que ahora lleve la bandera en sustitución de su amigo Rafa Nadal guarda, también, un pulso de coherencia: cuando, en una entrevista, Gasol fue preguntado acerca de la siempre espinosa cuestión del nacionalismo catalán y el español, habitualmente eludida por los deportistas catalanes o vascos que disputan competiciones internacionales, su respuesta fue clara: se sentía catalán, por supuesto, pero además, y por encima de todo, español.

Un sentimiento nacional distinto merecería el mismo respeto. Sin embargo, gustó la claridad de la respuesta, la misma que exhibió cuando, al ser preguntado por el 15-M, se manifestó a favor. Tenemos, entonces, que Gasol es un hombre de respuestas claras que va a llevar claramente la bandera española de nuestra delegación olímpica, lo que quizá supone un bofetón sin manos, elegante y esbelto, involuntario pero convencido, al nacionalismo periférico cerril. Precisamente ha sido cierto disparate nacionalista, empeñado en hacer un Estado dentro del Estado lo que ha provocado el dispendio infinito de los recursos públicos. Ese nacionalismo, que empezó siendo sólo catalán y vasco para acabar convertido en autonomías radicales en cualquier punto de España, y ese mismo afán de competir, que no de coexistir, con la Administración central, nos ha traído este aluvión de las duplicidades, las inversiones millonarias sin sentido estratégico -esos famosos aeropuertos mastodónticos- y una corrupción intestina y sangrienta.

Mientras, las cajas de ahorros financiaban todo disparate digno de ser contabilizado en ladrillos. Mientras, los diferentes ministerios de Economía y los sucesivos directores del Banco de España facilitaban, con su inactividad, convertida en complicidad dolosa, que nuestro sistema financiero reventara, con los presidentes de las cajas convertidos, demasiadas veces, en caudillos de taifas regionales. Ahora, cuando debemos ser intervenidos, aquellos reyezuelos debieran de volver de su retiro bordado en pan de oro y responder con sus propios patrimonios, sus primas, sus planes de jubilación desorbitados, y contribuir a paliar el rescate bancario.

Habría que hablar más claro, como Pau, con esa claridad que debiera nombrar a los culpables y juzgarlos.

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