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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Paisaje urbano

Eduardo / osborne

'God save the Queen'

EN el balcón principal del Palacio de Buckingham, la reina Isabel II saluda a la masa que abarrota la plaza hasta casi perderse por el extenso y bucólico The Mall, que junto a la cercana Plaza de Trafalgar, St. James Park y el propio Palacio conforman el corazón londinense de la monarquía inglesa. Viste abrigo verde lima a juego con sombrerito seguramente adquirido en alguna de las elegantes plantas de Fortum&Mason, en Piccadilly, y desde allí mira a la multitud rodeada de su curiosa familia, por fin encauzada en la seriedad discreta, tan británica, del príncipe Guillermo.

Hay algo de atemporal en el estilo y las formas de esta señora de noventa años, nacida el 21 de abril de 1926 (los ingleses, tan suyos, celebran sus cumpleaños reales realmente cuando les da la gana, generalmente en épocas cercanas al verano) cuando todavía el imperio británico se extendía por todo el orbe, y desde su llegada al trono en 1952 ha vivido las grandes transformaciones de nuestro mundo, desde la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial y el periodo de la guerra fría, al fin de los colonialismos y la caída del muro de Berlín.

Los británicos, bastante más pragmáticos que nosotros, aprendieron pronto de sus errores y son mayoría los que apoyan sin demasiadas fisuras la jefatura del estado bajo una monarquía parlamentaria. Lo que aquí habría puesto a la Institución a los pies de los caballos (la propiedad real sobre buena parte del suelo de Londres, los escándalos sentimentales de varios miembros de la familia, la desgracia mediática de Lady Di…), allí apenas si ha conseguido dañar su sólida estructura. Quizá sea porque, a fin de cuentas, la familia real británica es un patrimonio más del país que hay que cuidar, una seña de identidad de una forma de ver el mundo que sigue siendo foco de atracción para tanta gente, y por qué no, un exitoso reclamo turístico.

Viéndola en la elegante carroza saludar al pueblo altiva y sonriente junto al duque de Edimburgo, impecable con su uniforme de gala, parecía una estampa impropia de estos tiempos convulsos, cuando los populismos acechan en una y otra parte de Europa y sus propios súbditos se debaten estos días entre dejar la Unión Europea o seguir en ella. Y pensaba que no es poca cosa tener arriba a quien sobre todo destaca imperturbable por la serenidad, la sensatez y la discreción. God save the Queen.

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