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Leopoldo De Trazegnies Granda

En contra de Góngora

Una reflexión sobre el ultraísmo en el cincuentenario de la muerte de Rafael Cansinos-Assens

ES posible que José María Romero Martínez se equivocara al convocar en el Ateneo sevillano a los poetas más reconocidos de los años 20 para celebrar el tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora. Hubiera sido más propio convocarlos para el aniversario de Francisco de Quevedo porque en tiempos de cambio y ruptura la poesía no estaba para buscar la pureza del lenguaje de las Soledades sino para planteamientos más comprometidos con un pueblo que se consumía en la necesidad y la ignorancia. Es decir, la vanguardia requería una poesía más rebelde, más quevediana que gongorina, como el tiempo lo demostró.

La Restauración borbónica de finales del siglo XIX originó una situación similar a la actual con una nueva constitución y una alternancia en el poder de Cánovas y Sagasta dentro de un clima de corrupción política que se prolongaría hasta 1931. La política había dado la espalda al ciudadano y era insensible al clamor popular.

Al nacer oficialmente la Generación del 27 a la cultura, faltaban sólo cuatro años para que Alfonso XIII abandonara el trono y se permitiera la instauración la II República cargada de anhelos de libertad y de justicia. En un país en ebullición política y social como fue el primer cuarto de siglo español, los primeros que plasmaron una poesía de ruptura acorde con su tiempo, que a su vez los integraba en las corrientes vanguardistas europeas, fueron los llamados ultraístas. Sus miembros, principalmente andaluces, eran contemporáneos de la Generación del 27 y estaban unidos a ellos por estrechos lazos de amistad, pero distintos en su concepción poética.

El eje de la nueva corriente poética ultraísta gravitaría en el erudito y políglota Rafael Cansinos-Assens del que mañana se cumple el 50 aniversario de su muerte. En 1919 los pioneros de Madrid, Guillermo de Torre, Rivas Panedas, Pedro Garfias… publican el manifiesto ultraísta y a su vez en Sevilla, en la revista Grecia, lo hace Isaac del Vando Villar acompañado de Rafael Lasso de la Vega y Adriano del Valle. A este grupo vanguardista inicial se unirían escritores hispanoamericanos como el joven Borges, o el uruguayo Rafael Barradas que llevarían el ultraísmo a Argentina y desde allí se ramificaría por toda América en la pluma de un frenético Alberto Hidalgo dispuesto a romper con todo, que a su vez lo proyectaría sobre los bardos más jóvenes como el casi desconocido pero sorprendente poeta peruano Carlos Oquendo de Amat. De esta manera el ultraísmo se convirtió en una influencia poética "de ida y vuelta" porque como los cantes flamencos, su origen primigenio habría que buscarlo en el creacionismo que trajo a España el poeta chileno Vicente Huidobro y transmitió al que sería su gran amigo Rafael Cansinos-Assens. Ellos representaron el cambio en la decadente poesía novecentista. Si los del 27 nacieron bajo el patronazgo de Góngora a los ultraístas habría que darles como patrono a su adversario literario: Quevedo.

No tardarían mucho los miembros de la Generación del 27 en rectificar su "error" de filiación. Sus integrantes tomaron una actitud decidida a favor del progreso social republicano en contraste con sus planteamientos poéticos culteranos. Lorca monta La Barraca para llevar la cultura por los pueblos. Miguel Hernández escribe El hombre acecha (1939):

Si queréis, nadaremos antes en esa alberca,

en ese mar que anhela transparentar los cuerpos.

Veré si hablamos luego con la verdad del agua,

que aclara el labio de los que han mentido.

Alberti se afilia al Partido Comunista. El Romancero gitano (1928) de Lorca reivindica la etnia más marginada de España. Pablo Neruda, miembro foráneo del 27, escribe en 1939:

Ay! si con sólo una gota de poesía o de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo.

En los años posteriores a la Guerra Civil el régimen de Franco asesinó a algunos de la Generación del 27 y obligó a exiliarse a otros. Sólo quedaron en España los del exilio interior: Rosales abrumado por el sentimiento de culpa, Aleixandre retirado en su dacha de Velintonia y Gerardo Diego levitando entre sus versos. Paradójicamente el régimen les reconocía su valor, era imposible negarlo, pero no permitía que se publicaran sus obras. La consigna parecía ser: "Que se conozcan pero que no se lean". Las obras completas de Lorca no se publican en España hasta 1955 (la única edición existente hasta entonces era la argentina de Losada, prohibida en España). De Miguel Hernández circulaban clandestinamente ediciones antiguas hasta que Aguilar publicara en 1952 una selección de sus poemas.

Como suele suceder, la persecución política incrementó la fama de los integrantes de la Generación del 27. En cambio, los ultraístas fueron ignorados, o tratados como literatos estrafalarios, que es aún peor. El reputado crítico Vicente Gaos, en sus Claves de la Literatura española (1971) al único ultraísta que menciona es a Guillermo de Torre y lo cita únicamente como crítico literario, cosa que no es de extrañar porque a Quevedo lo menciona para decir que "ni en Góngora o en Quevedo y sus secuaces, está la inserción de lo español en lo universal, la gran tradición de nuestra literatura y de nuestra lengua materna", con lo que descalifica a la Generación del 27 y a los ultraístas de un solo plumazo.

Con ocasión del aniversario del medio siglo del fallecimiento de Cansinos-Assens, los miembros de la revista Nueva Grecia vienen convocando en Madrid y Sevilla homenajes "íntimos" pero emotivos a los integrantes de esa corriente poética que significó un vendaval de aire fresco para la poesía en lengua castellana y que sin embargo aún no ha sido valorada en su justa medida.

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