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HOY es el día en el que unos cuantos ven traducidas sus ilusiones en los pocos o muchos euros que deje en sus bolsillos el sorteo de Navidad, el más participativo de todos los que se celebran en el año. Durante toda la jornada, los medios de comunicación estarán buscando a esos afortunados que contarán, mientras que suenan gritos de alborozo a su alrededor, cómo ese pellizco de suerte les va a servir para tapar agujeros, pagar la hipoteca o hacer el soñado viaje. Ahora bien, los poquísimos que, por haber invertido mucho y haber tenido la gran suerte, reciban recompensas millonarias permanecerán en el anonimato, porque no están los tiempos para ese tipo de exhibiciones.

Así que, en este día tan especial, mezcla de alegría y desilusiones, llega a Madrid la presidenta de Andalucía para entrevistarse con el presidente del Gobierno. Y lleva en el bolso Susana Díaz una participación de lotería, no para regalársela a Rajoy sino para contrastar el número con la lista de La Moncloa. Porque el principal propósito de esa reunión es plantear la cantidad que a Andalucía le va a tocar en el sorteo del plan Juncker, el presidente de la Comisión Europea. El premio gordo, según los cálculos de la Junta, serían trece mil millones de euros, que ya es premio.

Para esto, claro está, la presidenta se ha buscado el apoyo previo de la patronal y los sindicatos andaluces, en una reunión un tanto precipitada, pero ampliamente difundida, y que tenía como un poquito de tufo a contraprogramación, para compensar el efecto informativo de ese acuerdo social firmado por Rajoy con las cúpulas nacionales de los empresarios, de CCOO y UGT, para garantizar una prestación básica a casi medio millón de parados.

Pero, sea como sea, está bien que se produzca esa reunión entre Mariano Rajoy y Susana Díaz. Es buena en sí misma, y todavía mejor si los resultados, en caso de que los haya, son positivos para Andalucía. Lo primero, porque el diálogo entre los presidentes del Gobierno de España y de la Junta de Andalucía debe servir para poner de relieve que la posibilidad de entendimiento no está vetada entre adversarios políticos. También para limar aristas y evitar que la confrontación partidista impida el acuerdo institucional. Y lo segundo, muy importante, es que si el asunto se plantea razonable, y razonadamente, ese billete que lleva la presidenta puede traer, si no el gordo, sí una buena pedrea.

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