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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Los Goya

Junto al mercado había un tablón con los obituarios y de allí salían los autobuses para la playa de Gandía

Si no fuera porque de vez en cuando pasa algún coche, la calle sigue exactamente igual que hace cincuenta años. Como estaba cuando conocí a Fernando Muela, el primer amigo en el pueblo al que hemos ido a recibir los Goya. Goya, 80 era nuestra casa, en la barriada de las 309 de Puertollano. Está en venta el solar de la panadería de Jesús Carrión, que murió demasiado joven, ese espacio comunal al que nuestras madres acudían para freír los pimientos o hacer las empanadillas.

Mis pisadas parecían las de Pedro Páramo. Los cinco hermanos regresábamos al territorio de nuestra infancia. Ya faltan mis padres y aquél era su hábitat, el del amor y el del trabajo, donde construyeron el sueño de su familia. Es un acto de justicia: no pueden estar muertos los que te dieron la vida. En Travesía Baja, 4 la televisión había llegado a muy pocos hogares y algún vecino generoso la sacaba a la puerta los días de verano para socializar aquel asombro en blanco y negro que era puro tecnicolor.

En el número 2 vivían los Muela. Cinco varones, como nosotros, y María de Gracia, como la patrona del pueblo. Domingo Muela nos contaba las historias de Cara Amarilla con las que tuve pesadillas. En el número 6 vivía la señora María, una vecina que murió casi centenaria. Enviudó de Diego, que presumía de las hazañas de su hijo, la primera persona de carne y hueso cuyo nombre veía todos los lunes en el periódico porque jugaba al fútbol en el Villarreal.

La exclusiva residencia de Ingenieros, muy próxima a la coqueta piscina de Ingenieros, es una residencia para mayores con lista de espera. La balada del Narayama de mi pueblo. La Fuente Agria que inventó el doctor Limón sigue manando por sus cuatro caños agua ferruginosa, buenísima para los dolores del hígado.

El día de los Goya recordé los cines de mi pueblo. Las películas de Winnetou y Old Satheram, el indio y el vaquero que salieron de la imaginación de Karl May, en el cine Calatrava; en sexto de Bachillerato llevamos al cine Lepanto Muerte en Venecia para sufragar nuestro viaje de fin de curso. En lo que fue la plaza de toros había un cine de verano donde mandaban las películas de Fumanchú. Al lado del mercado con su tablón para los obituarios y de donde salían las excursiones quincenales a la playa de Gandía, el Caribe doméstico.

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