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Juan Ruesga

Gremios y hermandades

POR tradición y convencimiento soy gremialista. Pertenezco al viejo gremio de los arquitectos, constructores, de donde derivaron los masones (del francés maçon=albañil). Los gremios eran asociaciones que agrupaban a los artesanos de un mismo oficio. Garantizaban trabajo a sus asociados, su bienestar económico y los sistemas de aprendizaje. Nada más y nada menos. Eran claramente antecedentes de los actuales colegios profesionales, que tantos ataques han sufrido en los últimos años de la vida española, queriendo mermar su presencia social, tanto por los partidos políticos como por las organizaciones empresariales.

A lo largo de mis años de profesión, en muchas ocasiones he oído decir que los arquitectos éramos gremialistas, casi siempre en sentido peyorativo. En algún momento he dudado. He pensado que quizás llevaban razón, y que nuestras organizaciones profesionales eran residuos del pasado. Pero pocos años duró aquella duda. Justo el tiempo de percatarme de que los colegios profesionales y los gremios de los que procedían eran organizaciones donde se practicaba una democracia a ultranza, con reglamentos y normas de conducta, en las que se hablada de ética profesional y deontología. Y se administraban dichas normas en comisiones elegidas libremente entre nosotros mismos, con representación de grupos de edad y listas abiertas para todos los cargos. Y todo ello con un depurado sentido del interés cívico. Los arquitectos siempre nos hemos llamado compañeros entre nosotros. Que es el nombre con se denominan los masones desde el siglo XVII, que practicaban el compagnommage o compañerismo.

Al día de hoy, nuestra profesión de arquitectos está siendo arrasada por la crisis inmobiliaria. Con un 50% de paro profesional. Aquellos de nuestros hijos que siguieron nuestros pasos profesionales, en lugar de encontrarse con un estudio profesional en plena actividad, se han tenido que marchar a otros países a trabajar. Y sé de lo que hablo. Pero cada vez estoy más convencido de que pertenecer a una organización profesional, me gusta decir gremial, y estar afiliado a una hermandad para solventar nuestros problemas de salud y jubilación, aunque suene anticuado, nos da libertad de juicio y criterio. A un alto precio en muchas ocasiones. Pero la libertad profesional nunca ha sido barata.

Si hay una ciudad que sepa de gremios y hermandades es Sevilla. Y sabemos que de ellos surgieron las mejores representaciones cívicas, mostrando sus capacidades profesionales y su generosidad económica en las grandes procesiones del Corpus. De nuestro espíritu de independencia y criterio se derivaron gran parte de las energías que encumbraron a las procesiones de gloria y penitencia, al discutirle al Cabildo de la ciudad las obligaciones impuestas arbitrariamente. Aún hoy mantenemos ese espíritu de independencia de criterio, que muchas veces nos han criticado. Los arquitectos son peligrosos, dijo una vez un dirigente andaluz. Sí , porque en muchos de nosotros se mantiene la idea de la ética profesional como forma de vivir.

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