LA política nacional continúa bajo el impacto de los datos del paro conocidos el jueves de la semana pasada y las previsiones macroeconómicas revisadas al día siguiente por el Consejo de Ministros. Las dos informaciones han causado desconcierto y desesperanza en la opinión pública, que no consigue encontrar algún resquicio para la esperanza en los próximos años. Que el desempleo haya superado la cota de los seis millones y que, aun así, desde el Gobierno se pronostique que la situación irá a peor hasta el final de la legislatura dibuja un escenario aterrador desde el punto de vista social y político. La realidad es que estamos en un estado de emergencia nacional. El presidente de la Junta de Andalucía y presidente federal del PSOE, José Antonio Griñán, lanzó ayer en Madrid un mensaje dirigido al país con dos conceptos fundamentales: urgencia y pactos. Urgencia porque el tiempo se agota y porque la paciencia solicitada por Mariano Rajoy a los ciudadanos no parece la receta adecuada para este tiempo de zozobra. Y pactos como instrumentos imprescindibles para afrontar desde el interés nacional la emergencia en que nos encontramos y para combatir la resignación, que será el peor de los pecados para los políticos en este momento. Griñán habla de mesas de diálogo abiertas a todas las fuerzas políticas y agentes sociales para alcanzar hasta cuatro grandes pactos contra la crisis: por el empleo, la modernización de la economía, la protección social y una estrategia contra la exclusión y la pobreza. A ello ha respondido el presidente Rajoy reiterando su disposición a llegar a acuerdos con la oposición y concretando en la reforma del sistema de pensiones, ya en marcha, la posibilidad más cierta de pactar. No es suficiente: la oferta de pactos debería extenderse a otros aspectos de la economía española. No es la primera vez, ni será probablemente la última, que los grandes partidos y sus dirigentes subrayan la necesidad de pactar salidas de consenso a los mayores problemas derivados de la crisis. Pero la experiencia no es alentadora, porque a la hora de la verdad es manifiesta una notoria incapacidad para los acuerdos que en teoría todos persiguen. La crisis no es de ahora, tiene ya varios años a sus espaldas y su agravamiento no ha generado más que acuerdos puntuales. Seguramente ello obedece a la mezquindad y el sectarismo de la política española, en la que ni los gobernantes ni la oposición son capaces de enfrentarse a los problemas pensando en el interés general. Falta humildad y generosidad, a veces incluso patriotismo. El escepticismo que manifiesta la sociedad no es una pose ni una actitud frívola, sino consecuencia del escarmiento que genera la repetición de tantas ofertas de pacto como han quedado en el camino por culpa de todos.

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