Grosellas

Alguien con un martillo debería aporrear nuestra puerta para recordarnos que existe la gente desgraciada

El otro día, al salir de unos grandes almacenes, vi a una anciana que apenas podía caminar, pero que tenía que hacerse cargo de una chica -su nieta, probablemente- que sufría una grave discapacidad intelectual. Ojalá me equivoque, pero me dio la impresión de que aquellas dos mujeres vivían solas y no tenían a nadie que las cuidase. La anciana caminaba arrastrando los pies y apoyándose en un bastón, a pasitos muy cortos y muy lentos. Si había tenido que salir a comprar con su nieta, estaba claro que no tenía a nadie que pudiera hacerlo por ella.

Al verlas, me acordé de un cuento de Chéjov, Las grosellas, que es uno de los cuentos más tristes de Chéjov. En ese cuento no parece suceder nada, salvo que de pronto empieza a llover y dos hombres que pasean por el campo tienen que refugiarse en casa de un amigo. Y allí, en medio de una charla aparentemente intrascendente, de pronto alguien pronuncia una frase que lo cambia todo. "El hombre feliz sólo se siente bien porque la gente desgraciada soporta su carga en silencio, y sin ese silencio la felicidad sería imposible", dice ese personaje, que en realidad da voz al propio Chéjov. El personaje incluso llega a decir que alguien con un martillo debería aporrear nuestra puerta, para recordarnos que existe la gente desgraciada, gente como aquella anciana con su nieta que vivían sin nadie que las cuidase.

¿Nos damos cuenta de que existe gente así? Lo pensaba mientras veía los debates de las primarias del PSOE que acabó ganando Pedro Sánchez, en los que no se dijo ni una palabra sobre la existencia de esas personas o sobre la forma de mejorar sus vidas. Y lo pensaba cuando leí la historia del simpático botarate que ha traducido Er Prinzipito al andalú, aunque por la grafía incomprensible que se ha inventado más bien parece haberlo traducido al maorí. ¿Ayudará en algo a estas dos mujeres esta gigantesca contribución al saber universal? Y pensé en esos histéricos partidarios del empoderamiento y de la horizontalidad -signifique eso lo que signifique- que parecen estar convencidos de que el dinero se fabrica con una máquina y no con el esfuerzo y el trabajo de la gente que se levanta a las siete de la mañana. Y pensé en todos los martillazos que tendrían que sonar en nuestra puerta para que alguien se acordase de estas dos mujeres, abuela y nieta, tan solas las dos, y tan desvalidas.

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