Las dos orillas

José Joaquín León

Guerra a las palomas

SE equivocó la paloma, se equivocaba. Esto ya lo cantó Joan Manuel Serrat en su momento, con un poema de Rafael Alberti, un poeta estupendo y además rojo, muy de la cuerda de Torrijos, no como Foxá. Pues bien lo que no sabía Serrat ni tampoco Alberti, que ninguno de los dos es sospechoso de facha, es que las equivocaciones de las palomas le podían costar tan caras. Por ejemplo, una paloma pasa por el Polígono San Pablo o por Triana en el momento que hay una visita de concejales del equipo municipal de Gobierno y se la juega. Le puede salir muy caro.

Aprovechando que ya le queda poco, la Junta de Gobierno Local aprobó la ordenanza de tenencia de animales, que prohíbe echar alimentos a las palomas en la vía pública. Por tal acción, que en tiempos podía ser considerada como una obra de misericordia franciscana (dar de comer a las palomas hambrientas), te pueden poner una multa de hasta 500 euros, todavía peor que si vas con tu coche al mismísimo centro histórico y te despistas. 500 euros de multa por dar de comer a las palomas hambrientas es lo que se conoce como una sanción disuasoria, para que no te queden dudas.

Aparte de eso, están las redadas. Yo vi en Giralda TV a la delegada municipal de Salud y Consumo, Teresa Florido, explicando los motivos de este peliagudo asunto. Y mientras la buena señora daba sus explicaciones, unos empleados municipales, a modo de tíos del saco, hacían una redada de palomas que no se escapaba una, ni por casualidad. Cuentan que los eficientes operarios retiraron de la circulación casi 500 palomas. Para reforzar la propaganda antipalomas, preguntaron a una señora vecina, que elogió la medida, debido a que estos animales se cagan en los aparatos de aire acondicionado y cosas así.

¡Cómo se nota que las palomas no votan en las elecciones municipales! Si votaran, mañana daba una rueda de prensa Juan Ignacio Zoido sobre este pernicioso asunto. ¡Cómo se nota que los tiempos han cambiado! Con Franco las palomas vivían mejor, eran las únicas que vivirían mejor, como no votaban. Entonces iban los niños a la plaza de América a darles de comer, sin que le cascaran 500 de euros de multa a sus papás. Hasta vendían arvejones en los puestos para que los chiquillos se entretuvieran con las palomas, que entonces molestaban menos. Y tenían buena imagen: las presentaban como el símbolo de la paz, no de la mierda, como ahora. Y le escribían los poetas rojos como Alberti, que se lo dedicó a otro poeta rojo como Pablo Neruda, para que lo cantara casi 30 años después Serrat.

¡Qué tiempos aquellos para las palomas! Pero se equivocaban, vaya si se equivocaban. Y como siempre se han abstenido de votar, otra equivocación, ahora les toca palmar.

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