fragmentos

Juan Ruesga Navarro

Gustavo Doré

HOY, aniversario de su muerte en 1883, quiero recordar al gran artista francés y genial dibujante Gustavo Doré. Varias generaciones de españoles conocimos a Doré y sus maravillosos dibujos en las páginas de la edición escolar de El Quijote, de la Editorial Luis Vives. Aún conservo el libro. Edición de 1954. Recuerdo mi primer día en las aulas del colegio de los Escolapios. Todo era nuevo. Mi uniforme, mis libros. Entre ellos el mencionado Quijote, con pastas duras y lomo de tela roja, perfectamente encuadernado. Capaz de quedarse abierto por cualquier página encima de la mesa para poder leerlo o intentar copiar alguno de los dibujos. Aquellas ilustraciones hacían entender el universo cervantino aún antes de leer. Alonso Quijano, sentado en una silla forrada y claveteada, con una espada en alto en la mano derecha y un libro abierto en la mano izquierda, lee con gesto exaltado, historias de caballeros y doncellas, de monstruos y gigantes, que se amontonan a su alrededor, a horcajadas sobre libros, a modo de borriquetes.

Años después, mi padre, entusiasta de la obra de Doré, me regaló una edición de El Quijote de 1905, de la Casa Editorial Viuda de Luis Tasso, de Barcelona. Con unas espléndidas reproducciones. Una pequeña maravilla para las tardes de invierno. Otros muchos trabajos de ilustración del artista me han interesado: La Divina Comedia de Dante, El paraiso perdido de Milton, algunas obras de Lord Byron, cuentos de Edgard A. Poe. Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Y La Biblia. Con una imagen de la Torre de Babel, a modo de zigurat que se pierde entre las nubes, que me persigue desde que la vi.

Como otros muchos artistas, también hizo un viaje a España. Fue en 1862, del cual nos ha dejado extraordinarios documentos en sus dibujos. De tipos y ciudades. De Córdoba y Granada y la Alhambra. Y de Sevilla. Como el dibujo de la Puerta del Perdón, que hizo escuela. O los bocetos del Nazareno del Silencio en la calle. No sería sorprendente que tanto Doré como el Barón Davillier, con quién hizo todo el viaje por nuestro país, fueran recibidos por el duque de Montpensier. Y que visitaran algunas de las hermandades más allegadas a los duques. Hace unos años la Fundación Machado editó en facsímil el libro resultado de ese viaje. Un par de ilustraciones muestran, aunque de manera fugaz, la vida teatral de la Sevilla del momento. Una, Amparo bailando el fandango, representa a dos bailarinas entre cajas, que observan en el escenario a otras dos que bailan junto a las luces de candilejas, al fondo los palcos del teatro. La otra, Un palco del Teatro Principal, con los tipos de señoras y jóvenes arrebujadas en sus mantones y amplias faldas. Pelo recogido y flores en el lado. Es el mismo teatro de la calle San Acacio, donde Marius Petipá y su partenaire la bella Marie Guy Stephan, maravillaron a los sevillanos. Como íntimo homenaje al gran artista podemos darnos un paseo por la calle que Sevilla le dedicó, entre El Cerro y Rochelambert. Una sencilla calle en un barrio de casas de dos plantas. También es Sevilla.

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